Capítulo 54

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Eros


Eros escaneó el terreno con rapidez y localizó a otros cuatro Centinelas además de Valkor. Intentó averiguar a qué se enfrentaba sin llamar demasiado la atención. No quería parecer desconcentrado y tampoco podía darse el lujo de otorgar ni una pequeña ventaja, por más mínima que fuese. Cualquier detalle, por más insignificante que fuera, podría darle una preeminencia y, en estas condiciones, podría significar la diferencia entre la victoria y la derrota, y con ello, salvar no solo su vida, sino también la del pequeñín.

Lo tenía claro. Tres de ellos eran hombres, con espadas, ocultos entre las sombras, esperando el momento de saltar sobre él; una era mujer, con un arco, a cierta distancia. Aquella luz centelleante que se reflejaba gracias a la luz de la luna, especialmente de las flechas de la arquera, los delataba.

Eros repasó todo con suma atención y meticulosidad en su mente. Dibujó líneas, forjó posibilidades y, sin más demora, se dispuso a afrontar el desafío. Había librado decenas de batallas tan desfavorables como esa, pero nunca contra Centinelas. Sabía que aquello no iba a ser fácil, pero como siempre, tenía un plan. Decidió que lo mejor era acabar con la arquera cuanto antes, ya que podría dispararle desde lejos y herirlo de muerte, así que simuló que no la había visto, y se centró exclusivamente en Valkor, que se acercaba despacio, con su espada en alto y una sonrisa tan repugnante y cruel como la de Nestche. No hacía falta ser un genio para saber de quién la había aprendido... Eros le sostuvo la mirada, y se preparó para el combate.

No estaba listo. Nunca lo estaba. Pero, como ocurría en gran parte de su trayectoria como asesino, le tocaba improvisar. Y detestaba improvisar...

Valkor, al estar a escasos pasos, consiguió reparar en una abertura y lanzó el primer golpe, con un tajo horizontal que buscaba partir el pecho de Eros. El muchacho lo bloqueó con su espada, y contraatacó con un corte vertical que apuntaba a la cabeza del Centinela, quien logró agacharse a tiempo, y esquivó el ataque. Los dos guerreros se enfrascaron en un duelo de espadas, intercambiando golpes y paradas, buscando un hueco en la defensa del otro. Mientras tanto, Eros echaba un vistazo a sus flancos. Un error, por mínimo que fuera, podría costarle la vida.

El joven asesino aprovechó un instante en que Valkor se distrajo intentando bloquear una de sus estocadas, y le dio una patada en el vientre, que lo hizo retroceder unos pasos. Entonces corrió hacia la arquera, que estaba a unos cuantos metros de distancia, detrás de un árbol. La arquera se percató de la intención de Eros, y apuntó su arco hacia él. Eros abrió los ojos, sorprendido. Apenas había notado su movimiento, por lo que de forma instintiva se apartó, sin dejar de avanzar, y esquivó la primera flecha por un pelo. La habilidad de la joven Centinela era tal que se había camuflado en el frondoso bosque y Eros no tenía ni idea de dónde. Se estaba enfrentando a una niebla espesa que parecía ocultarse y atacar en los momentos más oportunos y entonces sintió un fuerte latido en el pecho. Apenas pudo oír el silbido cuando otra flecha más pasó rozando su hombro. No sabía ni siquiera de dónde había salido. La arquera disparó una tercera flecha, pero esta vez, Eros estaba preparado y la desvió con su espada. Ni siquiera sabía cómo había sido capaz de realizar ese gesto, pero daba gracias de tener esos reflejos. Una pequeña hendidura quedó como secuela en su espada. Estaba claro que no era tan buena como la de los Centinelas. Otro movimiento como ese y posiblemente la espada quedaría inservible.

—Esa maldita arquera... —murmuró por lo bajo, mientras se refugiaba tras un árbol, con el aliento entrecortado. Asomó una pequeña parte de la cabeza y una flecha se clavó en el tronco del árbol, mientras unas gotas de sangre caían por el lóbulo de su oreja—. Quieren jugar, ¿eh? —Apretó con fuerza el mango de su espada y frunció el ceño—. Está bien, me prendo. Juguemos. ¡Pero será a mi modo!

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora