Capítulo 3

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Eros

—¿A quién buscas? —indagó Reyna, haciéndose presente en la casa de Eros—. Ella ha partido temprano, probablemente necesite algo de espacio. ¿Qué sucedió?

—Nada —respondió él, cabizbajo, mientras examinaba su pequeña daga con profundidad—, una tonta discusión, ya se le pasará.

—¿Le has dicho? —Él tan solo se limitaba a menear su cabeza hacia arriba y hacia abajo a modo de respuesta—. Lo supuse.

—Aunque ella ha sido algo... dura conmigo al enterarse.

—Me imaginé que reaccionaría de esa manera. Incluso pensé que sería peor. —Ella se acercó hacia Eros para echar un vistazo a lo que hacía con su daga—. Y por lo visto no tuviste suerte, ¿o sí?

—La princesa. —La guardó en la parte trasera de su pantalón, cerca del sacro y se puso de pie. Deslizó una mano por su cuello y la dirigió justo hacia atrás del mismo, donde se encontraba su nuca. Desde ese lugar tanteó torpemente intentando hallar el filamento que unía ambas cadenas de su colgante y tras ubicarlo lo hundió hacia abajo y se lo quitó de forma satisfactoria—. Me encomendó traerle a la princesa.

—Aguarda... ¿Traerle? —Ahora su mirada se concentraba en la hipnotizante gema que yacía en medio del collar. La misma dejaba escapar algunos destellos violáceos hipnotizantes—. ¿Me estás diciendo que no te pidió asesinarla?

—No —negó con su cabeza—. Es la primera vez que tengo que secuestrar a alguien y, mucho peor, a la princesa real.

—¿Serás capaz de conseguirlo?

—No tuve opción, Reyna. —Él se concedió unos pocos segundos para aclarar su mente, luego meció su rostro hacia un costado y la contempló a los ojos—. No podía negarme al trabajo. Aunque si tengo algo de suerte será el último.

—Incluso así... Eso es muy complejo. Aun para ti.

—No —volvió a negar con la cabeza—, de hecho, lo veo mucho más sencillo que en cualquier otra ocasión.

—¿De qué hablas?

—Cuando Vadim me obligó a aceptar el encargo me dirigí a la taberna de Bedemir. Por unas pocas Águilas de Bronce me hice con una información muy valiosa. Tengo dos días para llegar y alistar todo.

—¿Quieres decir que te crees capaz de conseguirlo?

—Reyna. —Él abrió un cajón de madera de su escritorio y guardó el colgante en el mismo, tras ello lo cerró—. Es casi imposible no ser detectado, en el mejor de los casos tendré que huir con ella a caballo.

—Oraré por tu salud.

La chica le sonrió de forma pícara.

—Ahórrate eso y... —Le devolvió la mirada una vez más—. Si en cinco días no regreso, quédate con el colgante y cuídalo con tu vida.

—De eso estaba a punto de preguntarte. ¿Qué es ese extraño collar? —inquirió confundida—. De alguna manera me atrae. Debe valer mucho dinero.

—Es importante para mí.

—¿A quién se lo has robado?

Eros le devolvió la mirada, frunciendo el semblante.

—A nadie —afirmó sin demasiado detalle—. Simplemente lo... —Hizo una pequeña pausa para pensar en lo que diría a continuación, meditando una respuesta. Ni siquiera él sabía por qué aún lo llevaba consigo—. Simplemente lo estoy protegiendo. Luego lo devolveré. No me pertenece y, además, siento que me traerá unos cuantos problemas si lo sigo manteniendo conmigo. —Reyna lo contempló, abriendo los ojos como platos. No se lo creía. Ni en lo más mínimo—. ¿Qué?

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora