Capítulo 55

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Eros

El eco de pasos resonó con fuerza en los oídos del asesino, obligándolo a girarse hacia su origen. Los Centinelas se aproximaban rápidamente. Eros buscó su espada torpemente, pero recordó que Kyra se la había llevado consigo.

—¡Maldita seas, Kyra! —exclamó con furia, escudriñando el entorno en busca de ella. Solo las estrellas brillaban en el firmamento—. ¡Juro que te mataré cuando te vea!

—¡Ríndete! —gritó uno de los Centinelas, jadeante. Su hoja destellaba gracias a la luna mientras otro se le unía. Eros los evaluó. Ni siquiera los reconocía de los entrenamientos, aunque se sentía confiado, sin embargo, carecía de su espada para enfrentarlos. Se llevó una mano a su sacro, donde siempre guardaba su daga. No estaba. Kyra...—. Has perdido tu arma. Ya no eres nada.

—Si crees que una espada es lo único valioso para un guerrero, entonces no comprendo cómo demonios te haces llamar Centinela.

—Nosotros somos superiores a simples humanos como tú. ¡Ustedes son escoria!

Eros frunció el ceño, sin mover la cabeza, examinando el terreno con cautela. Una gota de sudor resbaló por su nariz. Por primera vez en mucho tiempo, se sentía nervioso. Valkor aún no aparecía, pero su presencia era inminente. Debía tomar una decisión rápida y astuta. Podía con uno; tal vez dos, pero ¿tres? Ni de broma. Pensó en la idea de arrebatarles la espada, pero gracias a Ray y toda la información que consiguió extraer de Velerian y, sobre todo, de los Centinelas, sabía más que de sobra que esas armas eran de uso exclusivo para los Centinelas. Sin ellas, perdían su poder, su esencia... su cometido.

—Finalmente Valkor notará mi presencia —musitó uno de los Centinelas, afianzando su agarre en su espada, mientras su Fulgurien, completamente apagado, ni siquiera hacía el atisbo de querer encenderse.

—¿No te rindes? —proclamó el otro, dando un paso hacia adelante—. Muy bien, entonces será el camino difícil.

—¿Había uno fácil? —Eros alzó una ceja—. Conozco muy bien cómo terminan estas escenas. Y créanme, no es casualidad que siempre sea yo quien lo sepa.

Ambos Centinelas rieron nerviosamente.

—¿Otro humano en la montaña? ¡Jamás! —gritó uno, enfurecido—. ¡Todo esto es culpa suya!

—Si te refieres a esos necios de Irinois, no sabes cuánto los detesto. No estamos en bandos opuestos. Protejo a una Nighfa, como ustedes. Matarme sería...

—¡Es una Loreth! —exclamó el mismo hombre, avanzando otro paso—. ¡No son más que locuras de las Nighfas! Esos malditos seres siempre trajeron mala suerte... ¡Es señal de mal augurio! Aunque he de admitir que tiene su propio... encanto. —Una sonrisa siniestra apareció en sus labios.

—Tiene sus propios atributos, sí... —asintió su compañero, con la misma sonrisa—. Lástima que Valkor sea... egoísta. No le gusta compartir. Y más si se trata de un premio de ese calibre...

—¿Una dulzura como esa sin protección? No habrá Centinela que no busque «protegerla».

—Tiene suerte de que seas tú quien la protege, humano. Pero, sin ti en nuestro camino, entonces...

La ira se encendió en los ojos de Eros como un fuego voraz que devoraba su calma interior. Su mirada, una mezcla de furia ardiente y determinación feroz, despedía destellos de intensidad incontenible. Los músculos de su mandíbula se tensaron con una firmeza desafiante, sus labios se fruncieron entonando un color carmesí casi violáceo. Cerró los puños con una fuerza tal que sus uñas se clavaron en las palmas de sus manos, una mueca de dolor apenas perceptible cruzó su rostro, pero la sangre que brotaba no logró arrebatarle ni un ápice de su determinación. Desde hacía años, el dolor físico había dejado de ser un obstáculo, eclipsado siempre por la misión que se imponía sobre todas las sensaciones.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora