Capítulo 93

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Eros y June

La Luna de Sangre iluminaba el cielo nocturno con un resplandor carmesí, arrojando su misterioso brillo sobre la clara explanada donde los Velerians se habían reunido alrededor de un gran fogón. La Gran Madre, ataviada con un manto tejido de hojas y adornado con brillantes piedras lunares, se alzaba en el centro del círculo, su presencia imponente infundía respeto y reverencia en todos los presentes, mientras repasaba a cada uno de ellos con su mirada. Parecía buscar a alguien en específico. Alguien que, por algún motivo, se estaba demorando más de la cuenta, lo que comenzaba a impacientarla. Elevó la mirada sobre sus hombros, donde la luna rojiza iluminaba sus rostros y resopló por lo bajo. Ya se había pasado varios minutos de la hora acordada y odiaba ser impuntual.

Cuando Eros llegó al lugar, la mirada de la Gran Madre pareció acecharlo, aunque él ni siquiera la advirtió. Se pensó la idea de no asistir, pero a sabiendas de que June no se lo dejaría pasar tan fácilmente, decidió presentarse. No por él. Ni siquiera por June. Lo hizo por Jade. Sentía que, de alguna forma, debía hacerlo por ella. Una intuición que lo venía acompañando desde que era pequeño y que, de momento, jamás le había defraudado; al menos eso era lo que él creía.

La mayoría de los Velerians se encontraban disfrutando. Charlaban entre ellos, se pasaban diversas jarras llenas de vino los unos a los otros y todo era un barullo que, al principio, era una molestia para los oídos del muchacho, sin embargo, luego de varios minutos se acostumbró a ello. Tras algo de búsqueda encontró a June, quien estaba sentada a un lado del fogón, junto a su amiga Éber. Se pensó el hecho de volver a su habitación y acurrucarse en su cama, pero los ojos de la Eximia se encontraron con los suyos y una sonrisa lo invitó a acercarse, entonces se dignó a tomar asiento a su lado.

—¿Empezaron la fiesta sin mí? —preguntó él y June le dedicó una mirada agresiva, como si estuviese furiosa.

—Te dije que debías volver antes a la cabaña, ¡idiota! —La Loreth tomó una parte de piel del brazo del chico y lo retorció levemente.

—¡Auch! —se quejó.

—La Gran Madre estaba esperando a tu llegada —agregó Éber con una sonrisita.

—¿Qué? —inquirió, sorprendido.

—Su atención Velerians —exclamó la Gran Madre, y todas las miradas se cernieron sobre su imponente figura.

Eros, tras frotarse aquel pellizco, repuso toda su atención sobre ella. Ese fue el momento en el que se dignó a contemplar sus alrededores con más detalle. El gran fogón en el centro de la reunión Velerian era una maravilla que lo dejaba, cuanto menos, boquiabierto. No importaba cuantas veces viera todo aquello, una parte de él le seguía diciendo que no era más que un largo, interminable y, en ocasiones, fastidioso sueño; o quizás pesadilla, como las que le provocaban insomnio a Jade.

Todo aquello estaba conformado por una estructura única que parecía estar formada por cristales translúcidos y filamentos de luz etérea en lugar de madera y piedra convencionales. Las llamas que ardían en su interior eran diferentes a cualquier fuego que se hubiera visto antes. Eran de un rojo profundo y oscuro, casi como la propia sangre, y emitían un calor reconfortante que se extendía por toda la explanada. Pero lo más sorprendente era que este fuego no estaba siendo alimentado por troncos ni leña. En lugar de eso, parecía nutrirse de algo más profundo, algo que trascendía lo físico.

Eros observaba el fuego con ojos asombrados. No podía ver la fuente de su poder, pero podía sentirlo en el aire a su alrededor, palpable. Era como si el fuego estuviera alimentándose de la propia esencia de la tierra y de los allí presentes; como si se tratase de una especie de ofrenda. Lo sintió cuando se acercó a June y Éber. Como si una parte de él le hubiese sido arrebatada. No podía discernir qué, pero lo sabía. June, a su lado, notó el asombro exhibido en su rostro y no pudo evitar asomar una sonrisita. Había leído de ello en el diario de su madre y entendía cuán importante y profundo era para los Velerians aquella celebración que, curiosamente, coincidía con el día exacto donde el Ojo del Alba se creó. El mismo día en el que Agni murió por dar origen a todo lo que ellos conocían. June sentía que su corazón latía al compás de las llamas, y podía sentir cómo parte de su energía se entrelazaba con el fuego. Pequeños y muy delicados rayos violáceos surcaban el viento y todos ellos convergían en un único punto: aquel extraño cristal que parecía alimentarlo.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora