Capítulo 79

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Eleanor y Reyna

La luz de la luna bañaba su sendero mientras avanzaban por un sinuoso camino de montaña, cuyas curvas las guiaron hasta un vasto lago, ahora un espejo de hielo debido a las gélidas temperaturas de la región.

—Sé que está congelado, pero si logras que June lo descongele, podrás obtenerla —dijo Eleanor con firmeza.

Sin perder tiempo, Eleanor se agachó y comenzó a hacer un pequeño agujero en una parte específica del hielo. Trabajó con destreza hasta que consideró que el agujero era lo suficientemente grande. Entonces, sumergió su brazo en el agua helada, palpando en busca de algo. Movió su brazo de un lado a otro, concentrada, hasta que finalmente sintió lo que buscaba. Extrajo su brazo rápidamente, sacudiéndolo con fuerza para deshacerse de las gotas de agua que la empapaban. Con cuidado, se acercó a Reyna y extendió la palma de su mano. En ella descansaban dos pequeñas frutas, similares a uvas en tamaño y forma, pero de un tono grisáceo opaco. Reyna las miró con asombro, tomando una para examinarla más de cerca.

—¿Esto es la fruta de Eula? —preguntó la joven asesina, alzando la fruta unos centímetros para que la luz de la luna la iluminara—. No es tal y como la recordaba, ¿sabes? Parece haber perdido... pigmentación. Color.

—Se decía que su tonalidad es un reflejo de nuestra propia vitalidad. —Reyna desvió la mirada hacia la líder—. Nos encontramos entre la espada y la pared. Y la fruta de Eula es el reflejo de ello.

—No puedo creerlo... Haces que me sienta culpable por haberme largado, ¿sabes?

Eleanor se encogió de hombros, dejando entrever una sonrisa amigable en sus labios, algo raro en ella.

—Nah, créeme que de haber sido tú habría hecho exactamente lo mismo. —Reyna sintió cómo se le erizaban los vellos del cuerpo ante aquella acotación—. Ya deja de culparte, ¿quieres?

Reyna asintió, aunque no del todo convencida. Cada vez que observaba su Fulgurien en el tobillo no podía evitar estremecerse.

—Me parece increíble... —masculló Reyna, obteniendo toda la atención de Eleanor, así también como toda su incredulidad—. Digo, no fui separada de ustedes por nada, ¿sabes? —Hizo una pequeña pausa, sopesando pensamientos e ideas en su cabeza—. Se suponía que ustedes, los líderes de Velerian, no debían dejar, por nada en esta montaña, que ninguno de nosotros tres pasara a este otro lado. —Eleanor echó un pequeño vistazo al Fulgurien con forma de sol que decoraba el tobillo de la asesina antes de devolver la mirada a su rostro—. Y, sin embargo, parece ser como si Aelwyn estuviese empeñada en... cambiar un poquitito las cosas.

—¿Eh?

Reyna sonrió en respuesta y se acercó hasta ella, clavando su mirada avellana en sus ojos.

—De alguna forma, y créeme que sin siquiera quererlo o planearlo, me volví amiga de la líder de ni más ni menos que los Centinelas. Y en el pasado, cuando era tan solo una niña, Kiri dejó que Vorgrimm pasara a este lado de la montaña. ¿No te parece... extraño?

—No lo sé. Peculiar, supongo. ¿Pero qué tiene de malo?

Reyna suspiró, centrando su mirada en la fruta de Eula.

—Espero que nada...

—¿Crees que ella sabrá de su existencia? —murmuró Eleanor—. Pensábamos que esta fruta se había extinguido hace muchos años.

—Pero esto sería letal para alguien como ella, ¿no?

Eleanor esbozó una ligera sonrisa y, sin vacilar, sostuvo la fruta entre el pulgar y el índice antes de llevarla a su boca. Miró fijamente a Reyna mientras la masticaba. Después de unos momentos, cerró los ojos y movió la cabeza de un lado a otro. Al abrirlos de nuevo, un brillo violeta destellaba en ellos, y una sonrisa de oreja a oreja se dibujó en su rostro.

—La fruta de Eula es una de las pocas que contiene una energía extremadamente poderosa en su interior. Estaban muy cerca del árbol sagrado en aquel entonces, lo que las hace tan potentes. —Eleanor hizo una pausa, acercándose a Reyna, quien aún sostenía la fruta—. La energía que proporciona al cuerpo es proporcional a la que ya se tiene. No la duplica, pero la aumenta considerablemente durante varios minutos o incluso horas.

—Sería demasiado para ella. —Reyna sentía su corazón latir más rápido y su mano temblaba debido a los nervios.

—Prueba una. Nosotras no tendremos efectos secundarios.

—¿Segura?

—Podremos ser distintas, pero créeme que ni te asomas al poder de una Nighfa.

Reyna analizó la situación algunos instantes antes de meterse la fruta en la boca. Al sentir su textura y sabor, no pudo evitar cerrar los ojos y hacer una serie de muecas mientras arrugaba la cara. Las papilas gustativas detectaron el sabor ácido, provocando pequeños espasmos musculares y una producción excesiva de saliva.

—¡Ugh! —se quejó Reyna—. Es demasiado ácida. Esto es horrible, y yo que creía que Eadric era el único en elaborar este tipo de cosas...

—Lo sé. Pero créeme, te acostumbras.

Poco a poco, Reyna sintió su cuerpo más ligero y sus ojos más abiertos de lo normal. Se dio cuenta de que estaba mucho más alerta que antes. La fruta de Eula realmente tenía un efecto poderoso, y Reyna podía sentirlo claramente.

—Esto sería demasiado para ella. No podría manejar tanta energía —dijo Reyna—. No sabría como... controlarla. Se le escaparía a su voluntad.

—Por eso deberías hacerlo después de la celebración.

—¿Después de la fiesta?

—Es probable que ella esté en un estado de éxtasis en ese momento. Se dice que las Nighfas, al estar tan conectadas con la energía, pueden disfrutar de manera diferente. Imagina una Loreth, ¡tal vez incluso más!

—¿Realmente crees que es la mejor idea?

—Se cuenta que las pocas Nighfas que han probado estas frutas no pudieron soportar sus efectos. Y ella es incluso más fuerte que una normal. No sería capaz de resistirlo, incluso si quisiera.

—¿Y dices que una Loreth...?

—Bueno, no es que alguna haya sido tan idiota como para darle un bocado... —Reyna alzó una ceja, atónita—, pero siempre hay una primera, ¿no?

—A veces me das miedo, ¿sabes?

—Sí... Suelo tener ese efecto en la gente. Supongo que viene incorporado en cada líder...

Ambas se sonrieron mutuamente. Reyna puso una mano sobre su boca y apretó su nariz un poco. No quería hacerlo, pero parecía que no tenía otra opción. Era la única manera de deshacerse de ella.

—Y tú, ¿qué harás? —preguntó Reyna.

—Yo... Yo me encargaré de mis propios asuntos. Tengo mi propia venganza, ¿sabes? —respondió Eleanor, su voz cargada de un misterioso determinismo—. Ahora ya estoy preparada.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora