Eros
Eros se vio a sí mismo siendo solo un niño, pequeño y frágil, en una cabaña de madera desgastada por el tiempo y la adversidad. Junto a él estaba su hermana, aún más pequeña que él, con ropas andrajosas y deshilachadas que eran un reflejo de su difícil vida. Sus ojos reflejaban la inocencia infantil, pero también la tristeza y la lucha que habían vivido desde esa tan temprana edad.
Su mirada se posó sobre ella. A pesar de las condiciones difíciles en las que vivían, su hermanita protegía una sonrisa radiante en el rostro, como si fuera capaz de encontrar la alegría incluso en medio de la adversidad.
Eros la observó con cariño mientras ella se sentaba en el suelo, sus pequeñas manos estaban sosteniendo una hoja arriada y sucia. A pesar de las dificultades que enfrentaban a diario, ella encontraba un rincón de belleza y alegría en la sencillez de la naturaleza. Sus dedos, algo sucios por el trabajo del día, trazaban líneas conmovedoras en la hoja, formando una figura que Eros no conseguía discernir desde la distancia.
—¿Qué estás dibujando? —inquirió Eros, entonando una voz suave y cálida mientras se acercaba a ella.
—Es una sorpresa —exclamó la pequeña, tapando la hoja con sus manos.
—Vamos, déjame ver.
—¡No! —soltó de golpe y se acurrucó junto a su dibujo, como si quisiera protegerlo de las viles garras de su hermano mayor. Eros formó una sonrisita en sus labios.
—Bien, bien, entendí...
La pequeña Jade se cercioró que él no fuese capaz de ver lo que dibujaba y, sacando la punta de su lengua hacia afuera, se dedicó a continuar con su dibujo. Eros la contemplaba con una sonrisa dulce y encantadora. Amaba esos bellos momentos donde tan solo se dedicaba a mirarla disfrutar, aunque sea, unos pocos minutos.
—Muy bien, gruñona, es hora de dormir.
—Aún no —le dijo, trazando líneas más fuertes y veloces, como si se tratase de una carrera contra el tiempo—. Sólo un ratito más.
—La última vez que dijiste eso terminaste trasnochando.
—En serio, ya lo termino. Algunos minutos más. Eso es todo. ¡No seas borde!
La pequeñita y angelical Jade se apresuró a terminar el dibujo lo más rápido que pudo. De forma involuntaria sacó aún más la lengua hacia afuera, como si aquello le fuese a hacer dibujar mejor. Mientras iba terminando el dibujo, ella iba dando vistazos rápidos hacia su hermano, asegurándose que no se acercaba a ella y, por sobre todas las cosas, cerciorándose de que no pudiese verlo.
—Jade...
—¡Listo! —exclamó llena de alegría y lo guardó tras de sí.
Se acercó hacia él con una sonrisita de lo más delicada, mientras dejaba escapar algunas risitas que hacían que el corazón de Eros diese brincos repletos de ternura y compasión.
La noche ya había caído hacía horas sobre la cabaña, y ambos hermanos se acomodaron en un pequeño rincón, compartiendo el calor de sus cuerpos en el frío. Eros se había hecho con una manta finita y la utilizaba para proporcionarles a ambos algo de calor, aunque no era suficiente, por lo que debían abrazarse entre ellos para no morir congelados. Al principio, Jade tiritaba del frio, pero con el paso del tiempo, el frío se iba apaciguando, aunque no por completo. Era algo a lo que estaban acostumbrados a vivir.
—¿Mañana podré jugar con Reyna otra vez? —le preguntó la pequeña, devolviéndole la mirada al muchacho.
—No lo sé, me lo pensaré.
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Lazos de Sangre
Fantasy📚 Finalista en la Lista Corta de los Wattys 2024 📚 En el mundo de Azaroth, donde los límites entre la magia y la realidad se desdibujan, los destinos de los seres mortales están entrelazados con los caprichos de los Seres Ancestrales, quienes cons...