Capítulo 37

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Eros y June


—¡Auch! —Eros dejó salir algunos quejidos, a la vez que formaba muecas de dolor en su rostro—. Intenta hacerlo más despacio, ¿quieres?

—No seas quejica —le reclamó June una vez más, con una sonrisa pintada en su rostro. Amaba encontrar la excusa perfecta para hacerle daño sin recibir un insulto a cambio—. Estoy intentando curarte esta maldita herida y no dejas de moverte para todos lados. Eres peor que un niño.

—Si tan solo me hubieses hecho caso en ese entonces, no tendríamos que estar en esta situación.

Ella le devolvió una mirada inexpresiva.

—¿Disculpa? —Arqueó una ceja—. Y si tú no me hubieses secuestrado nada de esto hubiese sucedido.

—Bueno... en eso tienes un punto.

June desvió su mirada hacia la herida de Eros una vez más y asomó una sonrisita traviesa que se pintó sin siquiera notarlo en su suave y delicado rostro. Meció un dedo delicado sobre la herida, notando cómo él se contraía ante su movimiento.

—¿Sabes? Creo que podría curarla con mi energía. Es decir, las Nighfas lo hicieron conmigo, ¿por qué no habría de poder replicarlo contigo?

June miró a Eros con confianza en sí misma, sus ojos destellaban con una mezcla de esperanza y fe en sus propias habilidades.

—Ni de broma. —Eros se giró hacia ella, contemplando sus manos por un breve instante antes de devolver la mirada a su hermoso rostro—. No vaya a ser que termines dejándome una marca permanente.

—¡Ey! ¿Es que acaso no confías en mí? —Eros alzó una ceja y June lo miró perpleja unos instantes antes de suspirar por lo bajo—. Me serviría como práctica, ¿sabes? Además, creo que es sencillo. Solo debo...

—Que no. —Se apartó—. No seré tu maldito títere de práctica. Además, no quiero ser un candelabro humanoide como ustedes. Mientras más alejado esté de esa maldita cosa que usan, mejor. —June frunció el ceño, su mirada casi podía derretir hielo—. Quizás esa cosa no funciona en humanos.

—Quizás no —una sonrisa traviesa comenzó a brillar en los labios de la Nighfa—, pero vale la pena intentarlo. ¡Ahora siéntate!

Eros sintió cómo June lo jaló con fuerza y lo obligó a quedarse en su lugar, reconociendo que no podía ganar esa discusión. Había llegado a una conclusión: había algo en común entre las personas de la clase alta, algo que había confirmado con Emmeline. Siempre buscaban salirse con la suya.

Y cuando se trataba de él, de alguna forma, sentía que se las arreglaban para conseguirlo.

June dejó escapar partículas violáceas de sus dedos, y Eros se retorció de dolor. Si bien quería que June lo sanara, se daba cuenta de que ella solo estaba probando. Después de varios intentos y diversas técnicas, no era capaz de conseguir cerrar la herida y resopló por todo lo alto. Estaba claro que no tenía ni la más remota idea de cómo hacerlo.

Aquello le hizo recordar los días cuando Thryna aún vivía y June, siendo apenas una niña pequeña, solía trepar el Sauce Llorón que tanto amaba. En ocasiones, resbalaba y lloriqueaba mientras culpaba al árbol de las heridas en sus rodillas. Cerró los ojos, tratando de evocar esas escenas. Se concentró en una en particular y se sumergió en la búsqueda de la técnica que su madre utilizaba para realizar aquel pequeño truco de magia de siempre y el cuál jamás le había revelado.

Elderys —susurró casi en un murmullo, pero no pareció surtir efecto alguno—. Eldryn —intentó de nuevo, sin éxito. Sumergida en un recuerdo más nítido, recordó no solo la palabra que solía usar, sino también el gesto de sus dedos. No era aleatorio. Ahora comprendía que había un patrón en todo aquello—. ¡Elderyn! —exclamó más para sí misma que para Eros, mientras sus dedos índice y medio se deslizaban con suavidad sobre la piel de Eros, tal y cómo lo hacía su madre en ese entonces, como si trazaran un suave patrón alrededor de la herida, canalizando la energía hacia esa área específica.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora