Capítulo 110

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Aurelio

Un hombre ataviado en una impecable armadura se presentó ante el rey Aurelio con un respetuoso asentimiento.

—Señor, tengo noticias para usted.

El monarca alzó la mirada con esperanza.

—Espero que sean buenas.

El hombre, sin embargo, sacudió la cabeza con pesar.

—Me temo que no, mi señor. La guerra no fue un completo desastre, pero nuestros enemigos lograron escapar.

El rey dejó escapar un suspiro, su semblante cayó en desánimo.

—Qué mala suerte... —dijo y una leve sonrisa surcó sus labios—. ¿Hay algo más?

—Elliot, mi señor. Fue asesinado en la batalla.

—¿Qué?

—Nuestros hombres lo vieron caer ante la daga de un joven escurridizo. De hecho, mi señor, la mayoría le teme. —El rey apretó los puños con impaciencia—. Lo llaman... Primigenio, mi señor.

—¿Su nombre?

—Eros, mi señor. Se llama Eros.

—¡Ese maldito! —gritó desesperado—. Sabía que se volvería un problema.

—Eso no es todo, mi señor. Hay quienes dicen haberlo visto rodeado por auras azuladas antes de que pudiesen escapar. ¿Quién se hubiese imaginado que todo esto no eran más que leyendas de taberneros borrachos?

—¿Azuladas dices?

El rey hizo un gesto para que el informante se retirara del palacio. El hombre se inclinó en señal de respeto y se alejó por la misma puerta por la que había entrado. Aurelio apoyó una mano en la gran ventana frente a él y contempló las nubes a lo lejos. Poco a poco, la oscuridad que reinaba los cielos se fue disipando hasta que el sol comenzaba a emerger en el horizonte. Una lágrima resbaló por su mejilla.

—Solo quería que mi hija regresara sana y salva..., pero parece que no tengo elección. Eros se ha convertido en un problema. Tal y como decía Thryna: si quieres que algo salga bien, entonces hazlo por ti mismo. Tendré que ocuparme de él personalmente. Thryna, ¿crees que debería volver al frente una última vez? Te prometí que no lo haría, pero... otra promesa rota no le hará daño a nadie, ¿o sí?

 otra promesa rota no le hará daño a nadie, ¿o sí?

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Jade


Los pasos resonaban en las desgastadas escaleras de adoquines mientras descendía. El olor a humedad llenaba el aire, forzándolo a cubrir su nariz con un pañuelo. Su rostro estaba oculto bajo una aterciopelada capucha. Al llegar a la puerta, se enfrentó a los guardias que la custodiaban. Inclinó la cabeza a un lado y comprendieron su señal de inmediato, apartándose para darle paso. Navegó por los pasillos oscuros, iluminando su camino con una antorcha que por poco conseguía mantenerse encendida. Finalmente, llegó a la puerta que tanto buscaba y la abrió con la única llave que la abría.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora