Capítulo 87

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Eros

El día de la Luna de Sangre había llegado, y con él, la atmósfera del monasterio de los Velerians se llenó de una expectación cargada de misticismo. Las sombras de la noche se extendían por el lugar, apenas iluminado por la tenue luz rojiza que proyectaba la luna en su fase especial. El Ojo del Alba flotaba en el centro del monasterio, rodeado por columnas de piedra tallada y misteriosos símbolos que adornaban las paredes.

El Ojo, el cuál yacía levitando en el medio del salón, se convertía en el principal centro de atención. Durante el día, su resplandor era más sutil, pero no menos imponente. Su superficie irradiaba un brillo violeta suave y constante. Sin embargo, es al anochecer, bajo la Luna de Sangre, cuando el orbe alcanzaba su máximo esplendor. En su interior, pequeñas corrientes de energía danzaban como destellos de luz estelar, tejiendo patrones intrincados y en constante movimiento.

A medida que la luna llena adquiría el tono rojizo característico del fenómeno, el Ojo del Alba parecía reaccionar a la intensidad de la energía circundante. Algunos destellos azulados se liberaban de su superficie, irradiando una luz etérea que se extendía por todo el monasterio. La energía pura del orbe se manifestaba en su máximo potencial, dejando claro a todos los presentes que ese no era un evento ordinario.

Poco a poco, los Velerians comenzaron a ingresar al monasterio, vistiendo sus Alarys correspondientes y portando antorchas que arrojaban destellos dorados en la penumbra. La luz rojiza de la luna se filtraba a través de las altas ventanas, tiñendo el lugar de tonos cálidos y oscuros.

Entre los Velerians que ingresaban se hizo presente Eros, quien se negó a perderse la ceremonia. Estaba claro que ningún Velerian quería verlo allí, después de todo, era un simple humano y se encontraba en su lugar más sagrado, pero fue demasiado insistente y, teniendo en consideración cómo era y lo peligroso que podría llegar a ser, la Gran Madre optó por dejarlo presenciar todo aquello, después de todo, si se lo negaban solo iban a lograr que todo empeorase.

Lo dejaron presenciar el evento, sin embargo, no sin una decena de Centinelas custodiándolo, con el filo de sus espadas amenazando cada movimiento que daba. Una espada en particular rozaba su cuello de tanto en tanto y, en alguna que otra ocasión, conseguía hacerle un pequeño tajo, dejando que una finísima línea de sangre se escurriera de ella. Eros, con la paciencia colmada y el ceño completamente fruncido, se dio la vuelta para enfrentarse a aquella persona y sus ojos se abrieron sorprendidos cuando advirtió la presencia de Eleanor.

—Así que eras tú, ¿eh?

—Sí, ¿a quién más esperabas? —exclamó ella, con un rostro desafiante.

—Debes de estar disfrutando esto.

—Como una niña pequeña.

—¿Acaso crees que intentaré sabotear la ceremonia o algo por el estilo? Disculpa mis palabras, pero me importa una mierda esto. Sólo estoy aquí para vigilar a June, su preciada Loreth. Temo que termine metida hasta el cuello en algo que vaya más allá de su alcance.

—Me importa un bledo lo que pienses. —Lo fulminó con una mirada capaz de derretir glaciares enteros y tras ello lo zamarreó hacia los lados para controlarlo y mantenerlo inmóvil—. Son órdenes directas de la Gran Madre. No queremos más problemas de los que ya tenemos... Pidió Centinelas valientes para mantenerte a raya y aquí estoy.

—Adivino: tú fuiste la primera en aceptar su pedido, ¿no es cierto?

—Como la líder de los Centinelas me es imposible rechazar un pedido suyo, pero he de admitir que no pude contener la emoción con este en particular.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora