Capítulo 96

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June

Reyna se sentía abrumada por la sensación que la embargaba, sus ojos centelleaban con una energía intensa y su cabeza pulsaba en un torbellino vertiginoso. Con esfuerzo, se aferró al tronco rugoso de un árbol cercano, sintiendo su corteza sólida bajo su mano. Cerró los ojos por unos instantes, aguardando hasta que la marejada de malestar cediera. No había margen para dudar, era el momento. Y si no lo era, al menos debía intentarlo.

Mientras tanto, June experimentaba un palpitar desbocado en su pecho; su respiración se volvió entrecortada y su jadeo adquirió un ritmo irregular. Decidió alejarse de la bulliciosa fiesta, buscando un respiro tanto para sus piernas exhaustas como para su mente asediada por punzantes dolores que recorrían cada fracción de su cuerpo. Sus ojos buscaban a Eros en vano, ansiando retomar lo que habían empezado. Ansiaba terminar aquello en un lugar, tal vez, un poco más privado. Donde solo ellos dos pudiesen coexistir juntos y, en lo posible, sin un Aquivara salvaje que los estuviese espiando. Sin embargo, frente a ella surgió la figura de Reyna, flanqueada por dos Centinelas.

—¡June! —exclamó Reyna y su voz resonaba con urgencia—. Justo te estaba buscando a ti. —La joven princesa arqueó una ceja, desconcertada.

—¿En serio? ¿Qué podrías querer de alguien como yo, cuando hay una fiesta tan animada ocurriendo justo detrás? —Reyna esbozó una sonrisa intrigante.

—Estaba charlando con las chicas sobre que aún no lo has visto todo. ¿Quieres explorar más allá de tu imaginación?

Aunque confusa, June se vio cautivada por la perspectiva de lo desconocido que se le presentaba. Tal y como ocurría con su madre, aprendió a amar lo que era ignoto para ella. Asintió levemente, y las Centinelas rieron mientras la empujaban hacia adelante. Reyna le tomó la muñeca, tirando de ella con suavidad, alejándola de la festividad.

—Espera —jadeó June, luchando por mantenerse al ritmo—. No soy tan veloz como ustedes. ¡Denme un momento!

—No podemos detenernos ahora, debemos aprovechar el momento antes de que se escape. La Luna de Sangre no es eterna, ¿sabes?

Navegaron por el largo pasillo que conectaba las cabañas, acelerando su paso mientras el tiempo parecía fluir con rapidez. Descendieron por las laderas de la montaña hasta llegar a un rincón apartado, donde el estruendo de la fiesta quedó en el olvido. Ante ellas se extendía un pequeño lago, su superficie prevalecía congelada y serena. El mismo lago donde Ray y Lina compartieron un momento de nado memorable.

—¿Qué estamos haciendo aquí? —inquirió June, curiosa.

—¡Oh, por Velerian! Olvidé que bajo la Luna de Sangre se congela —murmuró Reyna, con cierta decepción en su voz.

June observó a Reyna y a las Centinelas, sus expresiones lucían algo desalentadas, y luego dirigió su mirada al lago congelado.

—Esperen, puedo descongelarlo si quieren... Creo.

—¿De verdad? —preguntó una de las Centinelas, incrédula—. ¿Puedes hacer eso?

—Sí, no es problema para mí.

Sin gesto alguno, sin pronunciar palabra, June irradió destellos violáceos que emergieron de su ser. Estos destellos danzaron sobre la superficie helada del lago, transformando gradualmente el hielo en un flujo de agua en movimiento. Al principio, solo un pequeño segmento se liberó de la prisión gélida, pero el cambio se extendió como una ola que abrazaba cada rincón del lago.

—¡Excelente! —exclamó Reyna emocionada—. Ahora solo tenemos que acercarnos y permitir que fluya.

Reyna sumergió su mano en el agua, y de ella emanaron destellos violáceos que se expandieron, transformando el lago en un caleidoscopio de colores. La superficie se llenó de vida y los peces, antes apenas visibles, nadaban con un brillo cautivador y conmovedor en sus escamas, que se dejaba ver desde la distancia.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora