Capítulo 104

87 12 0
                                    

Eros y June

Desde la distancia, los soldados reales emergieron en el horizonte, una formación de armaduras brillantes y relucientes de acero se hizo notablemente visible bajo la opaca luz de la luna, mientras una espesa negrura se iba adueñando de los cielos. Algunos montaban sus caballos, espadas en mano, mientras que otros avanzaban a pie, portando sus armas con determinación. Arqueros se alineaban al fondo, sus flechas ya en posición en los arcos, listas para ser disparadas en cualquier momento.

Un pequeño y sutil destello se reflejaba en el símbolo real del reino de Irinois demarcado en sus armaduras. Los hombres habían escalado la montaña y adentrado en su territorio. Finalmente, los Velerians se presentaron ante ellos. Las miradas llenas de reproche se cruzaban entre los dos bandos. Eros, Eleanor y June se adelantaron, situados al frente de los Velerians, mientras que un caballero desconocido se posicionaba unos pasos delante del ejército de humanos. Su casco grisáceo ocultaba por completo su rostro. Levantó la mano, mostrando su palma al aire, sosteniendo la postura por unos segundos.

June extendió sus brazos, sus manos centellaban con una energía violácea que parecía fulgurar con una ira y furia desenfrenadas. Éber se posicionó a su lado y ambas se asintieron mutuamente, serias y expectantes, completamente sumergidas en la batalla que se estaba a punto de librar. Eros y Eleanor, por su lado, aguardaban con cierto escepticismo por lo que se avecinaba. La líder de los Centinelas adoptó una postura defensiva, y los demás la imitaron.

—Atento, Eros. —June había puesto sus brazos extendidos hacia el ejército enemigo—. Cuando baje la mano, será la señal de que la guerra comienza.

—¡Atentos Centinelas! —dejó salir Eleanor y los Velerians largaron un grito desaforado en respuesta—. Somos los encargados de proteger a los Nebulos y a las Nighfas y hoy más que nunca nos toca cumplir con nuestro rol. No solo los protegeremos a ellos, sino también defenderemos lo que es nuestro. Esta noche se derramará sangre, ¡y no será la nuestra! ¡Protegeremos Velerian! —gritó Eleanor y su gente le siguió el entusiasmo con un grito de guerra propio de ellos. Eros se dio la vuelta para dedicarle una sonrisa de lado a lado—. Siento que mi orgullo se irá con estas palabras, Eros. Pero me pone muy feliz que estés aquí de nuestro lado.

—El placer es mío, Eleanor. Pelear codo a codo con la líder de los Centinelas es un gran honor. —El chico esbozó una sonrisa—. A propósito, ¿qué hiciste con Ray?

—Lo encerré en su habitación. Es demasiado peligroso.

—¡¿Qué hiciste qué?! —le preguntó algo alterado—. Entiendo tu punto Eleanor, pero no lo estás ayudando. Si él se parece tanto a mí como creo, entonces buscará la forma de...

—¡Atentos! —interrumpió June con un grito vivaz.

El líder de los humanos descendió su mano gradualmente, marcando el inicio inminente de la batalla. Los caballos reales cargaron hacia los Velerians. Eleanor levantó su espada, soltando un grito de guerra que resonó en el aire; el grito de los Centinelas. June, Éber, y los demás Velerians prepararon sus defensas y ataques, listos para el enfrentamiento que se avecinaba.

Flechas cruzaban el aire desde ambos lados. Aunque los humanos los superaban ampliamente en número, muchas de sus flechas caían al suelo sin impactar, o eran repelidas por la energía de los Nebulos, quienes parecían estar entrenados para tomar ese rol en específico. Proteger. Los arqueros de los Centinelas acertaban la mayoría de sus disparos, por no decir todos, pues eran mucho más precisos, potentes y veloces que las flechas ordinarias de los humanos. Las Nighfas, por su parte, se encargaban de la ofensiva.

Los caballeros de la realeza se acercaban con rapidez, a pesar de las flechas que conseguían impactar en algunos de ellos. Con solo unos metros de distancia, June levantó sus manos, un resplandor violáceo destellaba en sus ojos rebeldes. Estacas afiladas y puntiagudas surgieron, apuntando directo hacia los jinetes. Con una fuerza y velocidad descomunales, las estacas parecían ser el arma más letal de todas. La mayoría de los corceles y sus jinetes fueron derribados, y Eros no pudo evitar sonreír ante la destreza de June. Era una fuerza poderosa y valiente. Éber, por su parte, se aseguraba de que la línea frontal estuviese a salvo. Repelía y prohibida el paso a aquellos que quisieran adentrarse en su propio terreno. Aquello los desconcertaba y los Centinelas aprovechaban ese momento para acabar con ellos.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora