Capítulo 64

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Eros

Un extraño y peculiar silbido inundaba la oscuridad de la habitación, un sonido que parecía emerger de la propia penumbra, ominoso y penetrante. Los párpados de Eros se alzaron con lentitud, revelando sus ojos verdosos que se posaron en el techo apenas iluminado. Parpadeó varias veces hasta acostumbrarse a la leve luz ambiental que empezaba a revelar la habitación. Luces suaves y cálidas se encendieron, como si las paredes cobraran vida propia, colgando delicadas luminiscencias que no perturbaban la vista, pero que poco a poco aumentaron su brillo hasta detenerse en una intensidad agradable. Para Eros, ya acostumbrado a la extraña morada, no fue sorpresa alguna. Había aprendido a esperar lo inesperado en ese punto de su vida, aunque una chispa de curiosidad persistía en su interior.

Tomó unos segundos de más para darse cuenta de un ruido extraño que llenaba la habitación, el silbido agudo se intensificaba a cada momento. Intentó moverse en la cama, pero su brazo derecho se hallaba entumecido, protestando por la falta de circulación. Sus ojos, aún cansados y en cierta manera debilitados por la noche anterior, se posaron en June, quien dormía a su lado. Su rostro irradiaba una sonrisa encantadora, mientras sus cabellos desordenados danzaban sobre su frente. Con la mano izquierda, libre de su prisión entumecida, Eros acomodó con suavidad algunos mechones detrás de la oreja de June, observándola en silencio por un momento. La expresión de ella, sumida en un sueño profundo, parecía esbozar palabras incomprensibles, un murmuro de lenguajes desconocidos que intrigaban al asesino. Contempló su cabello dorado, rebelde pero atrayente, capaz de capturar la atención de cualquier observador curioso. Los ojos de June se movían entre sus párpados cerrados, aferrándose al brazo derecho de Eros con fuerza, como si su existencia dependiera de ello. De repente, Eros sintió un pinchazo de dolor cuando las uñas de la Loreth se clavaron en su piel como si quisiera marcar su territorio; como si se tratase de una princesa intentando marcar lo que, por derecho, le pertenecería por toda su vida. Tras ello, aflojó el agarre y su sonrisa se iluminó aún más, como si tan solo hubiese estado haciendo un chequeo rutinario en la noche, cerciorándose de que, esa noche en particular, el asesino no había ido a pasear por ahí, haciendo lo que sea que hacía antes de volver después de unas horas más tarde.

De forma casi inconsciente, la mano izquierda de Eros se acercó a los preciosos, dulces y, de seguro, embriagadores labios de June, tentado a tocarlos, pero detuvo el gesto a mitad de camino. Observó detenidamente su rostro por unos instantes que parecieron eternos, apartando la mano con cuidado. Tardó en detectar una sonrisa en su propia boca. No sabía ni siquiera cómo había llegado hasta ahí y se aseguró de serenarla por completo. Intentó mover su brazo derecho, luchando contra la adormecida rigidez. Con un esfuerzo suave, lo liberó de su posición atrapada. June frunció el ceño en su sueño y, en un susurro ininteligible, se giró hacia el otro lado, en su propio mundo onírico.

El joven asesino se puso de pie, sintiendo como aquel ruido chillón se colaba y reverberaba entre sus oídos. Su mirada se repuso sobre la ventana que yacía a un lado de su cama. Todo parecía en orden. La cortina, su fiel alarma ante cualquier visita indeseada, yacía serena. Apartó la mirada hacia la lejanía de la morada, sobre un escritorio hecho a partir de hojas y abedules. El mero hecho de estar allí encerrado daba la impresión de estar coexistiendo con la propia naturaleza. «Estoy seguro de que a Ray le encantaría este lugar», pensó por dentro. Dio un paso y sintió como todos sus músculos se quejaron al unísono. Su cabeza, golpeteando su interior como un tambor estridente y rítmico, le advertía segundo a segundo que apenas había logrado recomponerse de lo de aquella noche; de hecho, Eros ni siquiera sabía cómo había salido de ahí con vida, si es que todo aquello en verdad había ocurrido. Hizo una barrera mental hacia el dolor y, por esos leves instantes, pareció distanciarse lo suficiente de él como para no tener que quejarse en cada paso.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora