Capítulo 100

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June

Aún no se había acostumbrado a la increíble vista que se extendía ante sus ojos. Había estado sentada en el borde de esa misma montaña innumerables veces, de manera que no podía recordar cuántas ocasiones había sido testigo de ese espectáculo magnífico. La luna emergía gradualmente en el cielo y, aunque las nubes grises amenazaban con desatar una tormenta que hasta incluso parecía reaccionar a sus propios sentimientos, en ese momento, ella aprovechaba la quietud para ordenar sus propios pensamientos. O al menos lo intentaba. Su cabello dorado danzaba sobre sus hombros mientras una suave brisa lo acariciaba y rozaba su espalda. El frío se colaba por su Alarys, algo decaída y no tan sofisticada como de costumbre, como si hubiese perdido todo su color, obligándola a juntar las rodillas y acurrucarse en busca de calor. No tenía intenciones de regresar a la cabaña. Sin que lo notara, una lágrima solitaria se deslizó por su mejilla derecha.

Observó durante unos instantes los picos montañosos y nevados antes de dejar que sus emociones fluyeran nuevamente. Lo que comenzó como unas pocas gotas humedeciendo su Alarys, la cual no dejaba de reaccionar a sus sentimientos con colores opacos y apagados, pronto se transformó en un torrente más intenso. Sus movimientos espasmódicos hubieran revelado su angustia a cualquier observador casual. En medio de su desahogo, June no percibió la presencia de la mujer, por lo que sus palabras la tomaron por sorpresa:

—Supongo que, en ocasiones, no todo sale tal y como lo deseamos. —La voz de la desconocida la sobresaltó levemente. Con el ánimo desvanecido, la joven Loreth se giró hacia la figura—. Me he sentado a reflexionar en este mismo filo un centenar de veces. Pidiendo deseos a las estrellas que jamás fueron oídos... Cantando canciones a Aelwyn que, de seguro, jamás le llegaron... Llantos silenciosos que fueron opacados por el propio sonido de la brisa.

—¿Gran Madre? —Un gesto de asombro se dibujó en su rostro. Rápidamente, secó las lágrimas que empapaban sus delicadas mejillas. No le parecía correcto llorar frente a ella. No quería dar lástima a una persona que ya tenía suficiente con lo que lidiar—. L-lo siento... yo...

—«Hasta las Loreths más cristalinas puede romperse con tanta facilidad como un diamante». Es una frase que me recordará hasta el día de hoy, June, que debería haber estado junto a tu madre en estos momentos. No estuve cuando tuve la oportunidad, permíteme enmendarlo... Esas lágrimas —musitó la mujer e hizo una leve pausa, su mirada se mantenía fija en el horizonte que se extendía ante ellas—. Es por ese humano, ¿verdad? Eros...

Las palabras resonaron en la mente de June, quien reflexionó por un breve instante antes de mantener su mirada en la Gran Madre.

—¿Es tan extraño que una Nighfa se enamore de un simple humano? —susurró la mujer con voz temblorosa, a la vez que esbozaba una sonrisa a medias antes de fijar su mirada violácea en la joven.

Una brisa gélida que pasaba justo por allí se aseguró de mecer los mechones de su cabello con violencia y, tras ello, la mujer continuó:

—¿Por qué no podría haber otro? ¿Por qué solo él tiene el poder de revolucionar tu corazón? —Un fugaz silencio se apoderó del espacio entre ellas. Los ojos de la Gran Madre reflejaban una melancolía propia de sus años y experiencia—. Tenía tu misma edad cuando me planteé las mismas interrogantes, June. —La joven Loreth alzó una ceja con curiosidad—. Cuando Phyrn, el primer humano que vio Velerian, llegó y pisó esta montaña, sorprendió a todos. La Gran Madre de ese entonces ordenó su ejecución en ese preciso instante. El riesgo de que se difundiera la existencia de nuestro pueblo era demasiado alto, sin embargo...

La gran madre cerró los ojos por un momento, como si recordara el pasado, y luego prosiguió:

—Su presencia nos cautivó como un hechizo irresistible. Todas las Nighfas y muchas Centinelas hicieron todo lo posible por atraer su atención. Todas lo buscaban a él. Era el foco de atención; como la luz de la luna, opacaba el brillo de las demás estrellas circundantes. Sólo él existía en su punto de mira, como si todo lo demás careciera de sentido.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora