Capítulo 51

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Alric, Elara y Thalion

En un Azaroth aún joven, donde las estrellas titilaban con timidez y los océanos susurraban sus primeras caricias a la orilla, tres amigos de alma aventurera recorrían sus dominios sin más norte que el horizonte. Alric, Elara y Thalion, nombrados así al aliento primero de vida, se deslizaban entre las aldeas de un mundo aún desconocido para cualquiera, sembrando alegría y sabiduría a su paso.

Un día, llevados por el susurro del viento y la majestuosidad de las montañas que despertaban su curiosidad, llegaron a un pequeño pueblo azotado por un frío implacable. Los lugareños, de recursos escasos, luchaban contra la mordida del hielo. Los tres amigos, con corazones tan cálidos como el fuego que ellos mismos enseñaron a encender, les ofrecieron refugio y conocimiento para combatir el frío. Pero había un desafío que se resistía a sus esfuerzos: la comida. El gélido abrazo del invierno marchitaba las cosechas y la escarcha convertía la tierra en un lecho estéril, mientras los animales, como si presintieran algo, se alejaban más de lo habitual.

Conscientes de que su ayuda debía trascender lo mundano, decidieron permanecer en el pueblo, anhelantes de presenciar un fenómeno celestial que solo había sido un susurro en las leyendas: la primera caída de la luna, la primera vez que Azaroth vería su sangre derramada en el firmamento. Y así, tras tres días de espera, en la noche de la ducentésimo trigésimo cuarta luna, el cielo se vistió de carmesí, y los amigos, testigos de tal maravilla, bautizaron aquel momento como «la primera Luna de Sangre».

Fue entonces, bajo su luz escarlata, que requirieron la presencia de un ser divino, un ente capaz de remediar la hambruna que asolaba al pueblo. Y como si el propio cielo respondiera a su llamado, bajo el velo de la noche roja, emergió una figura envuelta en sombras, con una sonrisa que se extendía de extremo a extremo del rostro, revelando así su presencia. Se presentó ante ellos con el nombre de Styg'var.

Ante Styg'var, los tres amigos se postraron con humildad y fervor. «Oh, divinidad de la noche eterna,» imploraron, «concede a este pueblo la dicha y la abundancia que antaño les fue arrebatada por sus propias manos temblorosas.» El dios, cuyos ojos ardían como carbones al rojo vivo, contempló con desdén la petición de los mortales. Una ira ancestral burbujeaba en su interior, deseoso de liberarla sobre aquellos que osaban perturbar su paz. No obstante, una luz dorada e inquebrantable los envolvía, un escudo contra la oscuridad que incluso Styg'var no podía penetrar.

Con una mirada más atenta, el dios entretejió su decisión. «Su valentía es digna de reconocimiento, aunque su ingenuidad os ciega,» advirtió con voz que resonaba como trueno lejano. «Los aldeanos no merecen tal gracia; mis caprichos no han sido meras casualidades.» A pesar de sus palabras, los amigos persistieron, su esperanza inquebrantable como la montaña misma.

Styg'var, movido por razones que solo un dios podría conocer, accedió a su súplica, mas no sin antes imponer su voluntad. «Cada uno de ustedes enfrentará una prueba de mi creación,» declaró, su sonrisa ensanchándose con malicia. «Si alguno falla, una tormenta de nieve tan feroz caerá sobre este lugar, que todo quedará sepultado bajo un manto inmaculado.» Además, los amigos serían condenados a servirle por toda la eternidad. Pero si triunfaban, recibirían recompensas tan extraordinarias como solo un dios podría otorgar.

Los ojos de Alric, Elara y Thalion brillaron con alegría y un destello de codicia. Sin vacilar, aceptaron el desafío. Ya no solo ansiaban salvar al pueblo de su desdicha, sino que ahora también deseaban alcanzar la gloria que tales pruebas prometían.

La primera prueba de Styg'var fue un desafío a la mismísima esencia de Elara. Con un gesto de su mano oscura, invocó una melodía hipnótica, una canción proveniente de sirenas que tejía sueños y robaba la vigilia. La música, dulce y seductora, se deslizaba entre los aldeanos, arrastrándolos uno a uno hacia un sueño del que no había retorno. Pero Elara, al escuchar la primera nota, sintió una conexión especial con la melodía. En lugar de caer en el sopor, se levantó y comenzó a danzar alrededor de la fogata central, su voz elevándose en un canto que rivalizaba con la magia del dios. Su baile y su canto, puros y encantadores, no solo rompieron el hechizo sobre los aldeanos, sino que capturaron la atención de Styg'var, quien, fascinado por su espíritu indomable y belleza sin igual, concedió la victoria a los amigos en esta primera prueba.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora