Capítulo 86

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Eleanor

Los trazos de tinta se deslizaban sobre el papel con una gracia que solía ser característica de Eleanor. Sin embargo, algo había cambiado. El pulso que antes era firme comenzaba a volverse irregular, como si la mano que sostenía la pluma temblara ante una fuerza invisible. La oscuridad de la tinta se agitaba bajo su influencia, como si las palabras mismas resistieran ser escritas.

De repente, una mancha oscura y opresiva comenzó a expandirse silenciosamente desde el centro del papel. Eleanor no pudo evitar sollozar mientras la oscuridad llenaba la habitación, transformando la luz cálida en una penumbra inquietante. Desde la partida de Kiri había preferido esconderse en su propia oscuridad, pero la ausencia de Ray la dejaba aún más vulnerable. Las lágrimas caían sin cesar, empapando el papel y su mano temblorosa.

Se aferró al mango de la pluma con desesperación, sintiendo su fragilidad en contraste con la fuerza que necesitaba para controlarla. Era una pluma especial, un regalo de la Alarys de la Gran Madre, que parecía contener su propia esencia, alimentándose con cada trazo. Pero los nervios y el miedo se apoderaban de Eleanor, sensaciones que creía haber dejado atrás hacía tiempo. Prefería la verdad, enfrentarse a la realidad en lugar de sucumbir a conjeturas. Pero en ese momento, la incertidumbre la atormentaba. Su mente, cual titiritera siniestra, trazaba en sus pensamientos los peores escenarios posibles.

Un final fatal en cada uno de ellos.

Se levantó de su silla una vez más, como por octagésima vez, y miró por la ventana hacia las afueras de su cabaña, donde los aspirantes yacían con sus seres queridos, celebrando el fin de la prueba. La lluvia caía sin piedad, como si el cielo mismo compartiera el dolor de Eleanor y de aquellos que ya no podían estar allí, al menos de forma física. Ella no era la única con el corazón revolucionado, aquellos que tampoco habían recibido la visita de sus pequeños guerreros yacían con el mismo sabor amargo que ella.

Sin embargo, algo no estaba bien. No había rastro de Errantes esa noche, y el corazón de Eleanor se aceleró en pánico. Sus sollozos se convirtieron en gritos agónicos mientras las lágrimas brotaban sin control. Regresó a su escritorio, pero la simple acción de sostener la pluma se volvió casi dolorosa.

Con el último rastro de determinación, trazó el último nombre en el papel, mientras cientos de imágenes inquietantes asaltaban su mente, recordándole todo lo que había perdido y todo lo que aún estaba en juego. Sus lágrimas azotaban el papel, una por una...

—¡Soy una idiota! —musitó entre sollozos, sintiendo el peso de su culpa aplastándola—. Debí haber estado ahí para él. D-debí haberlo protegido... —Su mirada se posó en el dibujo que Kiri le había regalado, un simple trazo que ahora parecía contener toda la felicidad del mundo. El pequeño lobo en el papel irradiaba una alegría que le hacía desear aferrarse a ella con todas sus fuerzas—. Debí haberme aferrado a esa alegría, Ray... No dejarla escapar... —Sus dedos temblorosos acariciaron el papel, como si pudieran encontrar consuelo en él. Pero las lágrimas seguían fluyendo, imparables como un torrente desbocado—. ¡Te prometí que estaría ahí para él, incluso en la prueba! ¿Por qué me aferré a esas estúpidas normas? ¡Solo me quitaron a ambos! ¡Soy una idiota! ¡Una maldita, estúpida y...!

—Vaya alboroto que se armó allí afuera, ¿eh?

La voz de Ray rompió el silencio, resonando en sus oídos como un milagro. Eleanor se quedó paralizada, como si no pudiera creer lo que escuchaba. Cerró los ojos por un instante, intentando asegurarse de que no era una ilusión. Pero cuando los abrió de nuevo, vio a Ray, herido y moribundo, pero aún de pie frente a ella.

—¿Ray? —susurró, la incredulidad inundando su voz. Su corazón latía con fuerza, como si temiera que fuera a desaparecer en cualquier momento—. ¡¡Por todos los dioses, Ray!!

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora