Capítulo 21

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Eros y June


Eros se encontraba perplejo y desconcertado ante la situación que se estaba desarrollando a su alrededor. A pesar de no tener demasiada idea acerca de lo que estaba sucediendo, una repentina revelación sobre las historias de Lyon le había hecho darse cuenta de que estaba en el lugar donde estas misteriosas personas habitaban. Sin embargo, su confusión se intensificó aún más cuando Eleanor lo acusó sin motivo aparente, lo que lo dejó sin comprender por qué todos los lugareños lo miraban con desagrado y fastidio.

Intentando alejarse del tumulto para tener un momento de tranquilidad y reflexión, retrocedió algunos pasos, pero su mirada seguía clavada en el dedo señalador de Eleanor, que parecía acusarlo implacablemente. Estaba considerando la idea de irse de allí cuanto antes. Se sentía dentro de un lugar donde no pertenecía y del cual no quería formar parte.

Entre la multitud, se abrió paso una mujer con autoridad y presencia imponente.

—¿Por qué nadie me advirtió de su llegada? —La mujer elevó el tono de su voz, lo cual parecía haber tenido un efecto rebote en todos, quienes se arrodillaron y agacharon su cabeza ante ella al unísono.

La mujer, de porte imponente y sereno, mantenía una expresión seria que reflejaba su completa autoridad. Su cabello era largo y oscuro, como la noche, y se entrelazaba con delicadeza en una elaborada trenza adornada con pequeñas flores y piedras brillantes. Sus ojos, profundos y penetrantes, parecían guardar secretos ancestrales y reflejaban una mezcla de juicio y sabiduría ganada gracias a los años.

Vestía con ropajes tan exquisitos y extravagantes que parecían haber sido confeccionados por las mismísimas manos de Panam, elaborados con tejidos finos y excéntricos, que combinaban una amplia gama de colores naturales, desde tonos tierra hasta tonos oscuros y profundos, como el azul de la noche estrellada.

Sin duda alguna, lo que más llamaba la atención era la tiara que llevaba en su frente. Hecha a partir de raíces de árboles entrelazadas con maestría, formaban un patrón asombrosamente hermoso que parecía vivo, como si la naturaleza misma hubiera tejido aquel adorno especialmente para ella. En el centro de la tiara, reposaba una gema resplandeciente de un tono violeta profundo, que emitía destellos danzantes y misteriosos a medida que ella se acercaba.

Cada paso que daba irradiaba una presencia magnética y poderosa, y su aura parecía envolver a todos los presentes, incluido Eros, en un halo de respeto y reverencia. Aunque su actitud era imponente, había una sensación de paz y equilibrio que emanaba de ella, como si supiera cómo mantener la armonía en medio de la incertidumbre.

—Ellos son de los que te había hablado días atrás, Gran Madre —el anciano asintió levemente ante ella—, aunque no creí que arribarían tan pronto. —La mujer le devolvió una mirada de reproche, luego repuso la misma sobre June.

—Supongo que tú debes ser June, entonces. Llevas los rasgos de tu madre.

Se acercó a la joven princesa y cernió una mano delicada en su corazón. Cerró ambos ojos y se aseguró de llenar sus pulmones de aire. Unas cuantas partículas danzantes rodearon a la muchacha y sintió cómo su cabello tomaba vida propia mientras cada mechón parecía desafiar todas las leyes de la gravedad. Pronto todo aquello cesó y la mujer volvió a abrir sus ojos.

—Sí... puedo sentir la enorme cantidad de energía fluyendo en tu interior. Sin duda alguna debe tratarse de la hija de Thryna.

—B-bueno, yo... —titubeó la princesa y se apartó algunos pasos avergonzada, hasta toparse con la figura imperturbable de Eros, quien se encontraba detrás de ella. La Gran Madre entrecerró sus ojos y repuso su mirada sobre Reyna. Se le arrimó y colocó ambas manos sobre su rostro. Con ambos pulgares le abrió los ojos y contempló el iris que permanecía expuesto en ellos.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora