Capítulo 25

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Eros y June


Eros se despertó sobresaltado, su cuerpo se hallaba empapado en sudor. Intentó mover un brazo, pero todo su cuerpo temblaba y estaba entumecido, como si toda su fuerza lo hubiera abandonado. Su corazón martilleaba en su pecho, y tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano para recuperar el aliento. Cerró los ojos y al abrirlos, una luz deslumbrante rompió la oscuridad. El medallón brillaba intensamente y emitía un sonido vibrante desde dentro del cajón. Eros sabía instintivamente que debía alcanzarlo.

Hizo un esfuerzo titánico por estirar la mano hacia el cajón, pero su cuerpo parecía traicionarlo. No tenía la fuerza para alcanzarlo y cayó al suelo con un golpe sordo. La necesidad de aire le apretó la garganta, y tuvo que luchar por cada bocanada. Su corazón latía con furia, y una punzada de dolor lo atravesó.

Con violencia, se arrastró hacia el cajón y logró abrirlo de un tirón. El medallón se deslizó al suelo y resurtió, quedando inmóvil debajo de la cama. Con el último suspiro de energía, Eros se impulsó hacia adelante, desgarrado por un dolor agudo que se extendía por su cuerpo. Sus dedos rozaron el medallón centelleante, y de repente, como por arte de magia, su fuerza regresó.

Aún sentía su corazón galopando en su pecho, pero su respiración se normalizó y la fuerza volvió a sus extremidades. Su jadeo intenso le recordaba segundo a segundo que esa noche pudo haber sido la última. Hacía tiempo que no le ocurría; siempre era su pequeña hermanita Jade la que lo tranquilizaba.

—¿Qué acaba de suceder? —se preguntó en voz baja, tratando de calmar su agitada respiración. Una mano se posó en su frente, y notó que su fiebre, al parecer, había disminuido. Decidió ponerse de pie y, con cuidado, colocó la cajonera en su lugar. Luego, se ajustó el medallón alrededor de su cuello y escuchó pasos pesados acercándose, como si la persona que se acercaba quisiera anunciar su presencia desde lejos.

La puerta de la habitación se abrió de par en par, y June apareció en la entrada, con el ceño fruncido y una expresión que sugería enojo y furia.

—¡¿Te vas así sin más?! —exclamó, dando pasos firmes hacia él.

—¿De qué hablas? —respondió él, con incredulidad.

—¡La has dejado llorando por horas y ni siquiera te dignaste a acercarte! —acotó ella con un tono de reproche.

—¿Acercarme? Oh, claro, ¿ahora crees que soy yo el que le debe ir a pedir disculpas a ella? —respondió Eros con la misma intensidad.

—¡Pues sí! —replicó ella, acercándose aún más—. ¡Y lo harás, ahora mismo!

—Ni lo sueñes —contestó él, devolviéndole la mirada con determinación.

—¿Es que no puedes ser más idiota? ¿No te das cuenta de lo que le has dicho?

—Pues debería haberlo pensado antes. ¡Ahora ya es demasiado tarde!

June elevó su mano hacia Eros con un gesto decidido. Brillantes destellos de energía la rodearon mientras lo impulsaba hacia arriba, manteniéndolo atrapado contra la pared.

—Hablé con Reyna —continuó June con una voz cargada de frustración—. Dijo que se marcharía. Si no la aceptas en tu vida, entonces no tiene sentido continuar con esto. ¿Es eso lo que deseas?

—Si así deben ser las cosas, entonces que así sean —declaró Eros, intentando liberarse, pero era inútil. June lo mantenía firmemente atrapado en su poderosa energía.

—¿De verdad quieres arruinar todo esto por una estupidez como esta? —inquirió June, sin ceder.

—June, suéltame.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora