Capítulo 33

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Ray

Mientras Azaroth se prepara para extender su amparo sobre los valientes participantes de la prueba y otorgar su vigor a los más dignos, su pulso resonante, como el latido del mismísimo cosmos, cuenta las lunas restantes hasta el inicio de la prueba. Todos los Fulguriens yacen en un sosiego profundo, anhelando ser despertados por el fuego ardiente de su esencia.

El pequeño Ray se encontraba absorto en su tarea, puliendo con sumo cuidado y delicadeza la larga hoja de su espada con un paño gris, como siempre lo hacía. Su padre le había enseñado a cuidar su espada tanto como a su propia higiene personal, aunque no estaba del todo seguro que esa segunda fuese del todo importante, después de todo, se aprovechó al máximo del despiste de Eleanor acerca de los nuevos integrantes; tan así que se había logrado salir con la suya unos cuantos días lejos de esas heladas aguas en las que era obligado a sumergirse y de las cuales, una vez dentro, nunca quería salir.

Gracias al entrenamiento con Eros, había mejorado con notoriedad, y ahora era capaz de levantar la espada sin perder gran parte de su fuerza en el intento. Aunque aún esperaba el regalo que Eros le había prometido, una dulce sonrisa iluminaba su rostro, mientras un tatareo repetitivo sonaba a su alrededor, como un aura de felicidad que irradiaba luz a su alrededor. Aquella canción era la misma que Kiri siempre le cantaba antes de irse a dormir.

Adoraba esa canción mágica y reconfortante.

Sin embargo, aquella aura resplandeciente pareció esfumarse por completo y la tranquilidad en la que se encontraba sumido se vio abruptamente interrumpida cuando varias sombras oscurecieron la tenue luz solar que se filtraba por las pequeñas hendiduras de las ventanas, formadas por delgados palitos de madera. Ray levantó la mirada y dejó escapar un suspiro desanimado al reconocer a los recién llegados. Su cicatriz, visible en la parte derecha de su rostro, era un recordatorio constante de su presencia. ¿Quiénes más podrían ser sino ellos?

—¿Qué estás haciendo ahí, puliendo esa espada? ¿Otra vez? ¿Acaso siquiera sabes cómo usarla? —se burló, acercándose unos pasos junto a otras dos personas que lo acompañaban. Con una mirada desafiante, inspeccionó el entorno antes de volver a fijar sus ojos en Ray—. Con que Eleanor no está aquí para protegerte esta vez, ¿eh?

—Ya lárgate, Nestche.

Ray apretó los puños con fuerza, intentando mantener la calma a pesar de la provocación. Sabía que enfrentarse a Nestche y su grupo no era una opción, al menos no en ese momento y en ese lugar. Optó por ignorar los comentarios y siguió con su labor, manteniendo la espada en alto, lista para defenderse si fuera necesario.

—¿Qué te pasa? ¿Extrañas a tu guardaespaldas personal? —Nestche escupió sus palabras con malicia, buscando provocar a Ray

—¡Cállate! No la necesito. Puedo valerme por mí mismo.

—Me das asco. —Nestche bosquejó una sonrisa que se extendía de lado a lado—. Tal vez deberías agradecerme. Si no fuera por mí seguirías siendo un cobarde sin futuro... Tú y tu maldito padre fueron los que provocaron todo esto.

Ray sintió una mezcla de rabia y dolor al escuchar esas palabras y se puso de pie de un salto, enfrentándose a Nestche sin vacilar.

—¡No metas a mi padre en esto! Él nunca quiso que nada de esto sucediera.

—Yo no estaría tan seguro, ¿verdad, chicos? —Nestche soltó una risa forzada, seguido por los demás que lo acompañaban—. Solo te salvas por Eleanor. ¡De otra manera ya te habrían lanzado a los lobos!

—Ella solo me cuida. Al menos yo sí tengo alguien que se preocupe por mí.

Al parecer ese comentario había agarrado de improvisto a Nestche, quien bajó su sonrisa en un abrir y cerrar de ojos y, en vez de eso, ahora le dedicó una mirada un tanto amenazadora. Nestche era un tanto más alto y robusto que Ray, además se podía ver a simple vista que él era más grande, no solo de cuerpo, sino también en edad, por lo que la diferencia se hacía notable.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora