Capítulo 69

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Nestche

En la ducentésima decimotercera luna, veinte Fulguriens aguardan en la oscuridad, ansiosos por recibir su luz, mientras que trece destellan con un resplandor mortal y treinta y seis yacen en la penumbra, sus fulgores extinguidos como una ofrenda macabra a la voluntad de Velerian. Un esplendor rojizo se extiende por el cielo nocturno, tejiendo una atmósfera de horror y desesperación, como la sangre derramada en vano. Los fulgores, ahora recolectados por segadores sin rumbo, acechan en las sombras, esperando su destino. Cada segundo que pasa es un susurro siniestro que los acerca inexorablemente a la ducentésima decimocuarta luna.

Tres lunas restantes para el final de la prueba.

Su respiración agitada era un eco prolongado y aturdido dentro de su cabeza, un ritmo frenético que parecía no querer encontrar calma. Cada inhalación traía consigo el frío helado del viento, que congelaba su garganta hasta el pecho, mientras la exhalación, caliente y húmeda, recorría sus mejillas sudadas. Su frente perlada resaltaba en el bosque semiiluminado por el amanecer, cada gota de sudor dibujaba un rastro de esfuerzo, presa del miedo y el pánico constante.

Aferrándose a la corteza del árbol, sentía la rugosidad penetrando su piel, pero no se distrajo. Sacó la cabeza, escrutando con ojos ansiosos y temerosos el entorno, pero no había nada. El sol asomaba en el horizonte, pero la falta de visión lo hacía presa del pánico. Prefería ver, prefería saber, incluso si eso implicaba enfrentarse a su destino. Con un firme agarre en la espada veleriana, aún inactiva, y el Fulgurien apenas destellando en su tobillera, se lanzó de nuevo hacia adelante.

Zigzagueó entre obstáculos, adentrándose en la profundidad del bosque hasta acercarse a la montaña. Casi había llegado a su objetivo, cuando un dolor agudo desgarró su pierna derecha, haciéndolo caer con estrépito. Al verificarla, encontró una daga clavada. Intentó quitársela, levantarse mientras aún tenía su corazón latiendo desbocado en su pecho, pero cuando aquella figura se hizo presente frente a su rostro, sabía que ya todo estaba perdido.

—Es el final del camino, aspirante. —La voz de Valkor reverberó en los oídos del muchacho, retorcida y amenazante. En ese estado, sonaba más como un eco denso y opresivo que como una voz ronca y desalineada. O tal vez ambas.

El joven alzó la mirada, jadeando con intensidad. Aquella figura sombría y ciertamente amenazadora se acercaba a paso suave y lento, sabiendo de sobra que el pobre aspirante no tenía escapatoria alguna. Los ojos del chico se abrieron desmesuradamente, el miedo iba en aumento con cada respiración entrecortada.

—Conseguí mi fulgor como debía. Sobreviví por mérito propio. —Sus palabras se entrecruzaban, tratando de mantener la compostura—. ¡No puedes hacerme esto!

—¿Acaso crees que haber sobrevivido te hace merecedor de ser Centinela? —La sonrisa retorcida de Valkor delataba su perversión—. Hay muchos como tú. Aspirantes que apenas pasan la prueba. No son dignos de la montaña.

—¿Y quién eres tú para juzgar? —desafió el joven, su valentía chocaba con creces con el terror que emanaba de la presencia de Valkor—. Las reglas son las reglas y no te pertenece a ti decidir sobre nuestras vidas. ¡No tienes tal poder!

—Aún... —Los ojos del joven se ampliaron, colmados de terror—. Las reglas están mal, niño. Necesitan ser modificadas. No requerimos guerreros mediocres, sino Centinelas excepcionales. Y adivina de que lado estás tú...

—Solo son fulgores. ¡Muestran nada más que nuestra habilidad y valentía!

—No tienes ni idea... —Valkor se volteó y, con un gesto de su mano derecha, un niño se aproximó hacia él, con el Fulgurien en su cuello brillando repleto de fulgores—. Nestche. Termina con esto de una maldita vez.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora