Capítulo 23

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Eros y June

Zigzaguearon entre los laberínticos pasillos del antiguo monasterio. Finalmente, llegaron a una majestuosa habitación de techos altos y espacios amplios. En su interior, se desplegaba una escena impresionante: una mesa inmensa y alargada se extendía a lo largo de la sala, iluminada por velas que colgaban de las paredes con distinción. La mesa estaba muy bien decorada, con elegantes manteles y centros de mesa adornados con flores silvestres y candelabros de delicados diseños. La tenue luz de los candelabros, dispuestos con arte a lo largo de la mesa, bañaba el ambiente en un brillo dorado, creando una atmósfera cálida y acogedora.

Una de las cosas que más llamó la atención del joven asesino fueron los utensilios. Los tenedores parecían hojas plateadas, con finas líneas que simulaban las nervaduras naturales y delicados bordes ondulados que evocaban el fluir de los ríos. Los cuchillos, por su parte, exhibían un brillo similar al de la luna, con mangos esculpidos en madera que imitaban las ramas de los árboles, confiriéndoles una sensación orgánica y terrenal. Los platos, maravillas cerámicas, parecían capullos de flores, sus bordes suavemente curvados se asemejaban a los pétalos que se abrían con gracia.

La deliciosa comida, preparada con esmero por los lugareños, adornaba la mesa con una exquisita variedad de platos y sabores. Los aromas embriagadores de los manjares llenaban el aire, haciendo gorgojar sus estómagos hambrientos, sobre todo el de June, quien anhelaba con ansias comer algo decente, tal y como acostumbró toda su vida. Carnes asadas, panes recién horneados, salsas y guarniciones apetitosas, y frutas frescas se entrelazaban en un banquete que prometía satisfacer todos los sentidos.

Eros y June habían sido uno de los primeros en arribar; Reyna llegó algunos minutos más tarde. Ella intentaba hacer contacto visual con Eros, pero este parecía tener otros planes, pues no le devolvía la mirada, pese a saber que ella lo buscaba instante a instante.

—Mañana comenzarás tu entrenamiento —anunció el anciano a June, tras tomar asiento en la punta de la alargada mesa—. Será crucial que descanses bien esta noche, necesitarás fuerzas y una mente despejada. El día de mañana será duro, joven June. De algún modo, las Loreths no suelen tenerla fácil los primeros días...

—Entendido —asintió June, saboreando cada bocado cómo si se tratase del último.

—Permítanme compartir con ustedes una perspicacia que, hasta ahora, no he tenido el honor de impartirles —comenzó el anciano, mientras repasaba a ambos con la mirada—. ¿Nunca se han preguntado por qué Balthazar es tan formidable y peligroso a la vez? ¿Cómo es que nadie pudo enfrentarlo en su tiempo? A simple vista, los Nebulos y las Nighfas pueden parecer semejantes, ya que ambos albergan en su interior una energía tan antigua como poderosa. Sin embargo, existen diferencias fundamentales entre ellos. Las Nighfas son inherentemente más poderosas que los Nebulos; no obstante, la vida tiene una forma peculiar de equilibrar las cosas. Podríamos concebirlo como una balanza que siempre tiende a mantenerse en el centro... Reglas de la vida.

» Los Nebulos nacen con una energía intrínseca limitada, que no puede rebasar sus propios confines. A medida que la liberan con el devenir del tiempo, su vitalidad se disipa, como un fuego que se extingue chispa por chispa. Cuando la energía en su ser termina por extinguirse, la muerte es inexorable, pues sin energía no somos más que almas Errantes. Las Nighfas, en contraposición, son seres de una potencia desmedida, capaces de acrecentar su energía día tras día.

»—Pero no todo es idílico. —Hizo una breve pausa y dirigió su mirada hacia June, quien parecía sorprendida y ligeramente aterrada por sus palabras. Esa mirada no auguraba nada bueno—. Cómo dije, todo tiene un balance y la energía, tal como le ocurrió a Balthazar, no es absolutamente confiable. Consumiéndote gradualmente, insufla un insaciable deseo de obtener más y más. Paradójicamente, las Nighfas suelen encontrar su destino más temprano que los Nebulos, ya que la energía que almacenan en su interior termina por consumirlas. Al final, sus cuerpos sucumben ante esta implacable fuerza, incapaces de resistirla... Terminan pereciendo por la misma causa que nos originó. — Raymond volvió su atención a June—. No obstante, tu situación difiere, querida June. —Alzó un dedo en dirección al colgante que Eros portaba—. Noté que tu energía no ha aumentado en absoluto desde esta mañana. Permanece inmutable, como si algún límite estuviera impuesto. Estoy convencido de que tu madre previó esto. Es posible que esa gema que decora tu cuello tenga alguna influencia, aunque no puedo confirmarlo con certeza.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora