Después de la caída

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Bajo la incesante lluvia invernal, el niño corría como si el viento mismo lo impulsara, sin siquiera atreverse a echar un vistazo atrás. Su aliento escapaba condensado en pequeñas nubes de vapor mientras el agua helada empapaba su pequeño cuerpo y sus pies golpeaban el suelo embarrado, dejando tras de sí huellas difusas. El mundo a su alrededor parecía desdibujarse en un torbellino de colores apagados y siluetas borrosas.

Unos instantes antes, aquellos individuos con armaduras imponentes, quienes portaban con orgullo el distintivo de la realeza, lo habían sorprendido en pleno acto, intentando apropiarse sigilosamente de una jugosa manzana. Desde aquel momento, su única misión era aprehender al joven transgresor, pero aquel pequeño niño demostraba ser escurridizo más allá de sus expectativas.

Mientras sus pies alados se deslizaban por el fango, el chico tomó una rápida decisión. Lanzó al aire la manzana que sostenía en su mano derecha, apenas habiendo logrado darle una pequeña mordida antes de ser descubierto. Sabía que su libertad valía más que aquel fruto prohibido. La manzana, cual proyectil, voló un corto trecho antes de perderse en la penumbra de la lluvia.

El niño estaba acostumbrado a ser perseguido, casi a diario, pero esta vez era diferente. Un pequeño error de cálculo lo ponía en una situación comprometida y los guardias se encontraban mucho más cerca de atraparlo que en ocasiones anteriores. Cada latido de su corazón era un tambor resonante en sus oídos, impulsándolo a seguir adelante a pesar del agotamiento y el temor. Sus piernas temblaban. Sus deditos dolían. Y su respiración agitada y gélida se entrecortaba segundo a segundo.

Trataba de abrirse paso entre diversos barriles y cajas de madera que obstaculizaban su camino, buscando desesperadamente ganar algo de distancia respecto a sus perseguidores. El callejón por el que corría era estrecho y sombrío, con escasos rayos de luz que se filtraban entre las nubes grises. Cada paso que daba lo acercaba a la libertad o, en su defecto, al destino que le esperaba si era atrapado.

Al intentar colocar un pie para saltar uno de los obstáculos, resbaló debido a la humedad que los cubría, como si la lluvia y el barro se conjuraran en su contra. El niño sintió cómo una mano firme se posaba en su hombro justo en el momento en que su pie perdía el agarre. Todo a su alrededor pareció enlentecerse mientras se desequilibraba, sus pequeñas manos trataron en vano de aferrarse a cualquier cosa para evitar la caída, pero solo logró tropezar con sus propias piernas y caer al suelo con un golpe sordo y doloroso.

—¡Maldito ladrón! —escupió el soldado con rabia, desenfundando su afilada espada; como si aquello fuese en verdad necesario. El resonar metálico de la hoja llenó el aire y su brillo amenazador se llevó toda la atención del temeroso niño—. No podrás evadirnos esta vez. Eres nuestro.

Ese parecía ser el último día que pudo lograr comer algo decente. Pero él sabía que debía regresar con vida. Su hermana lo estaba esperando bajo el pequeño puente; aquel lugar al que ellos llamaban hogar. No podía darse el lujo de que aquellos guardias se salieran con la suya esta vez.

—¡Vamos! —vociferó con disimulo el hombre, aferrando con firmeza la muñeca del chico y tratando de levantarlo del suelo dando tirones fuertes—. Serás llevado ante el rey para que expliques el motivo de tus acciones. Ya tenemos demasiados ladronzuelos rondando por Irinois.

El niño parecía reacio a colaborar, negándose a caminar, lo que llevó al guardia a optar por arrastrarlo durante el trayecto hacia el imponente palacio. Llegaron frente a la grandiosa puerta de mármol blanco, adornada con cristales de colores que brillaban intensamente en aquellas mañanas gélidas. El hombre aflojó su agarre en las muñecas del niño mientras intentaba abrir las pesadas puertas. En ese instante, el pequeño rufián aprovechó el descuido de su captor y se deslizó detrás de él, tomando un camino que rodeaba el imponente edificio.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora