Aurelio
El rey Aurelio, envuelto en la majestuosidad de su trono, parecía más una figura doblegada por la carga del mundo que el soberano de un reino próspero. La corona sobre su cabeza pesaba como una montaña, y su manto real, bordado con hilos de oro y plata, no lograba ocultar la tensión que dominaba su cuerpo. Sus movimientos eran nerviosos, como si cada segundo prolongara una eternidad agitada. La expectación palpitaba en su pecho; cada movimiento suyo resonaba como un eco de ansiedad: su pierna derecha, en un constante palpitar sobre el suelo, y sus uñas mordidas, testigos de la tormenta interna que lo embargaba.
La majestuosa puerta del palacio finalmente se abrió con un crujido profundo, y el rey saltó de su asiento, como si cada segundo de espera hubiera sido una eternidad. Un frío viento nocturno se coló por la puerta entreabierta, haciendo parpadear las antorchas y lanzando sombras inquietas por la sala del trono. Desde las sombras de una capa, una figura emergió con una presencia casi espectral. Al destapar su rostro, unos ojos violetas fulguraron frente al rey, una revelación esperada, pero nunca fácil de afrontar.
—¿Qué buscas ahora? —inquirió el monarca con un dejo de impaciencia, su voz temblando ligeramente.
El hombre sonrió, pero no sin apartar la mirada hacia los soldados que custodiaban al rey. Algunos rodeaban al hombre, otros simplemente se encontraban en el trayecto, atentos y tensos. La figura, con una frialdad que contrastaba con el mismísimo frío de Numbría, repasó a cada uno con la mirada, sus ojos violetas reflejando una oscura determinación. De pronto, su expresión cambió, su rostro se contorsionó y su nariz se frunció en pliegues excesivos. El rey, desde su trono, sintió un pulso electrizante que le erizó cada poro de la piel, pero intentó ocultarlo, aunque en vano.
—Sabes que odio que no confíen en mí —dijo el hombre, su voz baja pero cargada de amenaza.
—Es solo protocolo. Ellos no...
—¡Mientes! —El rugido del hombre resonó por toda la sala, haciendo que las llamas de las antorchas titilaran y cambiaran a un tono rojizo prominente. Los soldados, sorprendidos y aterrorizados, se llevaron las manos a los corazones, aullando de dolor. Uno a uno, cayeron al suelo, sus gritos apagándose en un silencio mortal.
El hombre avanzó, cada paso suyo era un golpe de tambor en el corazón del rey. Aurelio sintió cómo el miedo se enroscaba en su garganta, impidiéndole hablar. Las sombras parecían moverse a voluntad del visitante, bailando a su alrededor como si fueran criaturas vivas.
—Te lo advertí, Aurelio —dijo el hombre, acercándose al trono—. Te advertí que el precio de tu desconfianza sería alto.
El rey, incapaz de ocultar más su terror, se puso de pie tambaleante. Una figura oscura, con ojos anaranjados, flotó por el manto real y acorraló al rey contra el trono, mientras este lo contemplaba con temor; gotas de sudor comenzaron a recaer de su frente.
—Jamás habrías conseguido todo este dominio de no ser por mí. No habrías podido hacer nada en contra de Goradorn de no haber cumplido mi parte del trato.
—Yo cumplí mi parte también —se apresuró a expresar, aunque con nerviosismo, mientras sentía como aquella criatura exhibía sus garras ennegrecidas y afiladas como colmillos—. ¡Los vencimos! Tal y como habías requerido.
—Creí que anhelarías más que ganar una simple guerra, Aurelio. ¡Creí que querrías todo Azaroth a tus pies, rindiendo tributo a una única corona!
» Confié en ti y me fallaste. Debías proteger la Gema del Eon y la dejaste ir. Dejé a Loreth en tus manos y la perdiste. ¡¿Y aún así osas desconfiar de mí?! ¡Debería ser yo quien tome cartas en el asunto!
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Lazos de Sangre
Fantasy📚 Finalista en la Lista Corta de los Wattys 2024 📚 En el mundo de Azaroth, donde los límites entre la magia y la realidad se desdibujan, los destinos de los seres mortales están entrelazados con los caprichos de los Seres Ancestrales, quienes cons...