Capítulo 18

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Eros y June


La lluvia poco a poco iba cesando y continuaron su recorrido hasta toparse con una pequeña cabaña abandonada, la cual se erguía en tierra firme. Estaba rodeada por un extenso río que desembocaba en el prolongado pantano del cual provenían y que proseguía a lo lejos, perdiéndose en la distancia.

La cabaña parecía testigo del paso del tiempo, sus paredes de madera yacían algo desgastada por los años, las tejas del techo se hallaban cubiertas de musgo y las ventanas rotas daban testimonio de días mejores.

—¿Quieres entrar a echar un vistazo? —formuló Reyna, posicionando su caballo a su lado—. Con cuidado, podría estar habitada.

—¿Crees que es buena idea? —largó el muchacho, no del todo convencido—. Habría que acercarse con precaución, pues podría haber...

—No hay nada de lo que preocuparse. No hay nadie dentro —exclamó June desde detrás de Eros, a lo cual ambos se voltearon a observarla; ella los repasó con su mirada, extrañada—. ¿Qué?

—Tendré que acostumbrarme a eso —exclamó finalmente el muchacho y retomó la marcha hacia la aparentemente abandonada cabaña.

Justo a un lado de la misma yacía enterrada una extensa tranca, de la cual se extendían algunas cuerdas hechas de paja y las utilizaron para amarrar a sus caballos. Eros se aseguró de darles algo de comer y les acercó un tarro con agua, tras ello se adentraron en la cabaña.

La misma constaba de varios troncos de pino rectos y altos apilados uno encima de otro, formando una estructura bastante maciza y resistente. El techo se encontraba hecho de una paja algo desgastada, pero parecía cumplir su función con creces, pues pese a la intensa lluvia que había caído el interior parecía intacto. No se podía rastrear ni una sola gota dentro.

—Nos acercamos a Numbría y el frío comienza a ser mucho más intenso —exclamó Reyna encogiéndose de hombros, mientras observaba el vapor blancuzco saliendo de su boca—. Esta cabaña es bastante ergonómica respecto al frío. Podremos descansar aquí por esta noche.

Eros se adentró aún más para inspeccionar cada recoveco de la misma. Tenía dos pisos, en la planta baja se podía divisar una mesa hecha a base de madera de roble, junto con algunos asientos y una habitación contigua. En la parte superior halló algunas camas en un estado no tan malogrado, por lo que el joven asesino contempló la idea de dormir allí esa noche; después de todo, no le vendría mal un buen descanso. De hecho, sentía que podría ser capaz de dormir semanas enteras sin siquiera dignarse a despertar.

—No parece una mala idea. —Él se reunió con las chicas junto a la entrada—. Pero no parece abandonada del todo, por lo que deberemos irnos en la mañana o los dueños podrían volver.

—¿Quién viviría aquí? —preguntó June curiosa, manoseando todo lo que se encontraba a su paso.

—Y tú deja de toquetearlo todo, ¿quieres? Podrías romper algo.

—¿Por quién me tomas? —exclamó, incrédula, a la vez que le devolvía una mirada acechante—. Yo no soy...

Tras su despiste, no se percató que, en su intento por inspeccionar unos cuantos retratos antiguos que colgaban de la pared, uno de ellos se topó con la presencia de su mano y cayó al suelo, estallando en pequeñísimos vidrios que se desparramaron por el suelo.

—Ups.

—¡Te lo dije! —le recriminó él—. No toques nada más. ¡Todo lo que tocas lo rompes!

—¡Si no hubiese sido por tu intervención, no hubiera roto nada!

—Oh, ¿y ahora es mi culpa?

—¡¡Por supuesto que es tu culpa!!

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora