Capítulo 40

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Ray


Ray se despertó de golpe, confundido, como si hubiese dormido por décadas enteras. Sus ojos se abrieron desorbitados mientras intentaba ajustar su vista a la intensa luz del sol matutino que inundaba su habitación. El ambiente parecía estar lleno de un extraño silencio, solo interrumpido por un sonido al otro lado de la puerta. Una voz familiar lo llamaba. Eleanor. Ray parpadeó varias veces, tratando de comprender su entorno. Fue entonces cuando sus ojos se posaron en el desorden que lo rodeaba. Le tomó unos pocos segundos entender que algo no andaba bien. Nada bien.

La habitación estaba envuelta en un completo caos. Sus pertenencias estaban esparcidas por el suelo, como si un torbellino hubiera pasado por allí durante la noche. La cajonera, que una vez había estado ordenada y en su lugar, ahora se encontraba tirada en el suelo, completamente rota y mostraba todas sus pertenencias desparramadas por doquier. La almohada, que solía ser su refugio, estaba arañada y su relleno se encontraba esparcido por toda la habitación. Ray parpadeó varias veces, tratando de entender cómo había llegado a ese estado de desorden total. De hecho, se golpeó las mejillas rojizas para asegurarse de que aquello no fuese otra más de sus viles pesadillas. Una de sus peores, pues estaba claro quién sería la villana en este caso: Eleanor.

Pero lo que realmente llamó su atención fue darse cuenta de que estaba en el suelo, envuelto en una manta que, tal vez, había tomado durante la noche al sentir el intenso frío nocturno. No recordaba haberse acostado en el suelo ni haber causado tal desorden. Una sensación de confusión y desconcierto se apoderó de él mientras trataba de reconstruir lo que había sucedido. Algo más llamó su atención. Huellas de barro de lo que parecía ser un perro o, aún peor, lobos. Pero... ¿cómo?

—Ray, ¿me abres?

La voz de Eleanor lo llamó una vez más, esta vez con un tono de mayor urgencia, acompañada de suaves golpes en la puerta. El corazón de Ray latió con fuerza en su pecho. De golpe recordó la escena de la noche anterior, los destellos azules, la proyección de Kiri y el medallón. Pero en ese momento, no era el recuerdo lo que más le preocupaba, sino enfrentar a Eleanor en medio de ese desorden y su aparente resfriado por haber dormido en el frío suelo. ¿Cómo se lo explicaría?

Se levantó del suelo de un brinco desaforado, sintiéndose aturdido por la confusión y el repentino cambio de escenario. Se acomodó la manta alrededor de los hombros, sintiendo el frío de la mañana. Mientras se dirigía hacia la puerta, sus ojos se posaron en la cajonera desordenada y la almohada arañada. Se sintió incómodo y avergonzado por el caos que había creado, aunque era incapaz de pensar que aquello lo había provocado él. Debía haber sido algo más. Algo que no recordaba.

—Ray, ¿me oyes? ¿Sigues durmiendo?

Eleanor volvió a llamar, con una nota de impaciencia en su voz, y Ray suspiró resignado. Sabía que no podía evitar enfrentarla por mucho tiempo. Se acercó a la puerta y, con manos temblorosas, destrabó el mueble que había usado para bloquearla. La puerta cedió y se abrió con suavidad. Él dejó sobresalir su cabecita desde allí dentro, asegurándose de que ella no pudiese ver el interior. Forjó una falsa y avergonzada sonrisa, mientras esperaba no levantar sospechas al respecto.

—Buenos días —recitó el pequeño, con una voz adormecida y fabricando su propio bostezo—. Noche larga, ¿eh? —Eleanor alzó una ceja en señal de extrañeza. Estaba actuando muy raro y era evidente.

—Buenas tardes diría yo —lo corrigió e intentó inspeccionar más allá de su figura, pero el niño se aferró aún más a la puerta, para eludir su mirada y centrarla sobre él—. Te he llamado esta mañana, pero no has contestado y te dejé dormir más de la cuenta. Trata de que no se vuelva un hábito.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora