Capítulo 46

87 10 0
                                    

Aurelio


El rey quiso verlo a solas, así que el soldado se encontraba en una habitación oscura y solitaria. Solo una pequeña ventana permitía que algunos rayos del sol abrasador se filtraran en el acogedor espacio. La puerta de madera se abrió detrás de él, y el soldado hizo una reverencia, mostrando respeto hacia el rey.

—Mi señor —exclamó él.

—De pie, soldado —ordenó el rey, y el hombre se reincorporó, echándole un vistazo al monarca, quien parecía un tanto nervioso—. Me han comentado que tú eres uno de los mejores, ¿cierto?

—Sí, señor. Puedo asegurar que soy capaz de ganar cualquier batalla en la que me enfrente.

—Muy bien. —El rey hizo una leve pausa, observándolo detenidamente, notando el cuerpo bien cuidado y entrenado del soldado, lo que le provocó una sonrisa—. ¿Escuchaste las palabras del informante?

—Por supuesto. —El soldado asintió varias veces con la cabeza—. Pero no entiendo. ¿Dices que existe gente con...?

—Lo que tienes que saber es que ellos son mucho más fuertes que nosotros, sin embargo, los superamos ampliamente en número. —El rey colocó sus manos sobre los hombros del hombre, quien lo miraba seriamente a los ojos, sin atreverse a apartar la mirada—. Tendrás el enorme privilegio de liderar nuestro ejército y te encomendaré una tarea de lo más importante, prioritaria incluso por encima de ganar la propia guerra.

El rey sacó de su bolsillo un colgante que contenía una piedra verdosa en el centro, la cual emitía brillos constantes.

—Ellos normalmente te derribarían sin siquiera rechistar. Pero haremos que la batalla sea más... justa.

—¿Señor?

—Ellos no podrán contigo, soldado. Su energía no tendrá ningún efecto sobre ti.

—De acuerdo. —El hombre contempló la centelleante gema en el colgante durante unos segundos y luego volvió a mirar a Aurelio.

—Una cosa más y necesito que me escuches con atención. Hay un chico llamado Eros. Al parecer, es uno de los peligros más considerables allí fuera. Tendrás que enfrentarlo y traerme su colgante, ¿entiendes?

—¿Eros, dices? —El hombre entonó una voz algo nerviosa.

—Sí, ¿lo conoces?

—No —mintió, negando con la cabeza.

—Pues sabrás de quién te hablo cuando lo veas. Y por último... es sobre mi hija, June.

—La princesa, supongo.

—Hay algo que quiero que hagas en esa guerra. Algo mucho más importante que ganarla; eso no me importa. Necesito algo mucho más preciado...

—Soy todo oídos, mi señor.

El soldado escuchaba con miedo y un ardor muy efusivo se evidenció en su pecho. A pesar de sus esfuerzos por prestarle atención al rey, sus palabras se habían vuelto sórdidas hacía varios minutos. «Maldición, Eros», pensaba por dentro, mientras se mordía el labio inferior.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora