Capítulo 92

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Eros y Ray

Eros se encontraba bajo el Gran Árbol contemplando el anaranjado y precioso atardecer, mientras mantenía una sonrisa imborrable en su boca, con recuerdos que esperaba nunca jamás borrar de su memoria. Mirar el cielo le hacía olvidar todos sus problemas, centrándose en una vista a la cual nunca acababa de acostumbrarse.

June se había ido a verificar el estado de su amiga Éber, por lo que decidió estirar un poco las piernas y reacomodar un tanto sus pensamientos. Después de todo aquello, necesitaba un pequeño respiro. Un niño muy familiar se le acercó a paso suave y sigiloso justo detrás, y se sentó junto con él.

—¿Eros? ¿Te encuentras bien? —Él giró su cuello para ver a Ray, quien lucía más animado que de costumbre—. Te noto un poco extraño.

—A veces me gusta sentarme a contemplar la naturaleza, eso es todo. —Hizo una pequeña pausa y luego continuó—: ¿Sabes? Hubo un momento en el que me subía al techo de mi casa para contemplar las estrellas con una íntima amiga. Cada bendita noche.

—¿En serio?

—¿Nunca lo has hecho? Es un momento único.

—No. —Negó con la cabeza—. Eleanor nunca me deja subirme al tejado. Ella dice que puede llegar a ser peligroso...

—Ah —Eros elevó un tanto los pómulos al oír esa respuesta. Aunque le parecía algo extraño considerando que el pequeñín tuvo que enfrentar la prueba más difícil y peligrosa de su vida—, me había olvidado por completo de ella.

—Sí... A veces puede ser un poco sobre protectora, pero por dentro la quiero.

—Lo sé. Sé que haría todo lo que fuera por ayudar a su gente y por, sobre todo, mantenerte a su lado.

—Entonces... ¿Te quedarás con nosotros por si vuelve Balthazar?

Aquella pregunta lo tomó de improvisto y la sonrisa que endulzaba sus labios se vio perturbada por los recuerdos que lo invadieron como un torrente sin fin. Otra vez la imagen de Jade volvía a ocupar gran espacio de su memoria y la gema que Raymond estaba creando para él... Para deshacerse de la marca y escapar de allí cuanto antes.

—Sí —mintió él luego de algunos segundos. No podía decirle la verdad—. ¿Cómo podría irme?

—Menos mal —suspiró esbozando una sonrisa—, si tú estás a mi lado, entonces me sentiré mucho más seguro si se desata una batalla.

Eros sentía un nudo en el pecho y en la garganta. Sentía que por más que quisiera, sus palabras no saldrían a flote, por lo que buscó cualquier excusa para salir de aquella desgarradora situación. El niño era astuto, por lo que debía desviar el foco de la conversación para no levantar sospechas.

—He visto que has hecho una nueva amiga, ¿eh? —Los ojos del niño se abrieron desorbitados y, de forma casi inconsciente, sus mejillas se enrojecieron. Nervioso miró para los lados, asegurándose de que tan solo se encontraban ellos dos en su campo visual—. Parece que ustedes dos están bastante unidos. Incluso podría decirse que...

—¡Cállate! —refunfuñó y se abalanzó sobre él para taparle la boca con sus manos—. No es lo que piensas.

—¿Y qué se supone que debo pensar? —Agitó los labios y, pese a que la tarea de modular era complicada debido a las manos del pequeñín, Ray entendió sus palabras a la perfección.

—Por las dudas no lo digas —exclamó y, tras volverse a asegurar que nadie se encontraba en su perímetro, se alejó—. Eleanor suele decir que los árboles tienen oídos.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora