Capítulo 49

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Ray


Los pequeños lobitos, con sus peludas colas ondeando como estandartes de diversión, se enredaban en un juego frenético con su flamante tesoro. Habían recuperado aquel juguete misterioso que les arrebataron al partir de la guarida esa misma noche, y sin comprender del todo el porqué, lo aceptaron con júbilo. Jaloneaban la cadena desde tres direcciones distintas, desafiándose entre sí para determinar quién poseía la fuerza más formidable, mientras sus colas se mecían rebelándose con un vaivén impredecible y algo... peligroso. La amenaza del juego estaba patente: el Fulgurien, a veces, terminaba chisporroteando cerca de los niños, lo que desencadenaba el frenesí de la manada, ignorando las posibles consecuencias sobre los propios cachorros. Tanto Lina como Ray se habían apartado a una distancia segura; Lina ya lucía arañazos en sus piernas como prueba de la cercanía del caos.

Ray, por su parte, había convertido su espacio en un refugio completo, provisto para resistir meses. Exagerado, según Lina, pero no lo iba a juzgar. Había confeccionado una cama con hojas y amarras naturales, asegurándose de su solidez. Contaba con reservas de agua en varios recipientes y una provisión abundante de bayas y flores comestibles, meticulosamente organizadas y preservadas. Algunos hongos también se hallaban entre sus provisiones, aunque no parecían ser de su agrado; solo los consumía en caso de extrema necesidad. Ósea, nunca. Si Eleanor se paseaba por allí, cómo había ocurrido alguna que otra noche, entonces no volvería a ser regañado.

—¿Estás segura? —Lina dudó, palpando bajo sus pies las hojas suaves y sedosas que le hacían cosquillas, sintiéndose un tanto incómoda. Se percibía como una intrusa, una visitante que no debería estar allí—. No quiero ocupar tu cama...

—Eso no importa. —Ray se llevó un puñado más de bayas a la boca, masticándolas pausadamente antes de tragarlas—. No me molesta dormir en el suelo por una noche. Además... —Se deshizo de un pequeño trozo de la fruta y Lina hizo una mueca al verlo—, ya me estoy acostumbrando a despertar en el suelo...

—¿De verdad? —indagó, intrigada—. ¿Aquí en la cueva o...?

—Créeme, si te lo dijera, seguramente no me creerías. —Ray estuvo a punto de cerrar su bolsa de provisiones, pero titubeó. Dirigió una mirada a Lina y le ofreció una pequeña bolsita hecha con hojas que él mismo había confeccionado, agitándola frente a ella—. ¿Quieres? —Ella negó con la cabeza y Ray cerró la bolsa—. Tú te lo pierdes...

De pronto, se oyó un quejido por parte de uno de los lobos y el Fulgurien, que obviamente no pertenecía a ninguno de los dos niños, volvió a resurtir una vez más y, como si no existiese otro camino posible, se dirigió hacia ellos. Como por... ¿decimoquinta vez? Lina ya había perdido la cuenta... En un acto involuntario retrajo las piernas y las aseguró con sus brazos. No quería volver a ser rasguñada. Ray, por su parte, se mantuvo imperturbable.

—¡¿Pueden jugar más despacio?! —gritó desde su asiento y los lobitos, como si lo entendiesen, se detuvieron a medio camino, aún con sus colas agitándose como plumeros—. Y no se lastimen entre ustedes. Son amigos. Los amigos no se lastiman entre ellos, ¡se protegen! —Lina sintió una punzada de dolor recorriendo su costado derecho—. Ahora, tómenlo y jueguen por allá. Tenemos una invitada y no queremos hacerla sentir insegura, ¿verdad?

Ambos lobitos se acercaron al Fulgurien con la cabeza gacha, tomaron su juguete con sumo cuidado y, una vez que se hallaron a una distancia prudente, otra vez más volvió a desatarse el caos. Lina contempló a los lobos algunos segundos por demás, mientras parpadeaba, completamente extrañada. Aunque comenzaba a acostumbrarse a ello. Era como... como si de alguna manera Ray fuese su padre. O hermano mayor, lo que gustase más.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora