Capítulo 66

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Eros y June

Tras un largo y agotador recorrido, finalmente llegaron al lugar acordado. June y Eros no estaban del todo seguros de que fuera el sitio correcto, pero la imponente puerta de piedra que se alzaba frente a sus ojos indicaba que algo preciado estaba resguardado detrás de ella. Éber, sin pronunciar una sola palabra, se aproximó y sacó una extraña insignia de uno de sus bolsillos, una especie de llave. La ubicó en el centro de la puerta, encajando a la perfección en un hueco que parecía aguardarla. La insignia se iluminó con un tono blancuzco y Éber la retiró al instante. Un estruendo resonante llenó el ambiente, y la vasta y pesada puerta se abrió de par en par, invitándolos a adentrarse en su interior.

Eros y June se quedaron paralizados ante la entrada de la inmensa cueva, sin atreverse a dar un paso adentro. Sin embargo, Éber se adentró en ella como si la conociera de memoria. El interior estaba completamente a oscuras, lo que dificultaba ver cualquier cosa en su interior, así que decidieron seguir a Éber, aunque con cuidado.

June le siguió el paso sin problema, pero él se quedó inmóvil, como si estuviera atrapado en el tiempo. Se asomó unos centímetros hacia la oscuridad y, de repente, sintió un hormigueo punzante en el estómago, una extraña sensación que le resultaba incomprensible y misteriosa. Como si cientos de pequeñas agujas se movieran en su interior, su vientre le picaba y, en ocasiones, ardía. Su mano, bajo el resguardo de aquel guante oscuro, se deslizó de forma involuntaria hacia el lugar y su ceño se frunció mientras intentaba entender lo que estaba sucediendo.

Sus dedos, donde aquellas sombras parecían haber tomado su propio lugar, se entumecieron al unísono.

—Eros, ¿vienes? —inquirió June, deteniéndose frente a él. Eros levantó la mirada y la observó en silencio durante unos segundos—. ¿Qué te pasa? ¿Le tienes miedo a la oscuridad?

—No es eso... Es solo que... —titubeó Eros.

—Vamos, ven —lo alentó June, extendiendo una mano amistosa hacia él—. Estaré a tu lado. No tienes por qué temer.

—¡Te digo que no tengo miedo! —Sus palabras eran sinceras, y ella lo sabía, entonces, ¿por qué no podía avanzar?

Eros se acercó al umbral de la puerta y la comezón se intensificó, convirtiéndose en un dolor agudo que amenazaba con doblegarlo. Quiso agarrar la mano de June que lo invitaba a acercarse, pero el dolor se volvió casi insoportable. Estaba a punto de soltar un grito cuando el contacto de la mano de June lo calmó de inmediato, como si hubiera disipado todo el dolor que lo afligía. Como el somnífero que tanto necesitaba. Ella le ofreció una sonrisa amigable y, con un pequeño empujón, lo hizo entrar.

En ese preciso instante, una oleada de recuerdos e imágenes difusas asaltó su mente. Logró comprender algunos de ellos, pero otros permanecían demasiado difusos. Por momentos, vislumbraba la figura alada de una criatura gigantesca que recordaba vagamente a un dragón, pero no podía estar seguro. De repente, en su mente se formó un mapa de la cueva, como si supiera exactamente dónde se encontraba, como si hubiera vivido allí toda su vida. Estos recuerdos parecían pertenecer a un tiempo lejano, cuanto más se adentraba en la cueva, más extraños y ajenos se volvían. Sin embargo, podía sentirlo: su aliento, su presencia imponente, sus susurros...

—¿Estás seguro de que no le tienes miedo? —preguntó ella al contemplarlo tan estático, sacándolo de su propia burbuja—. Si es así, entonces podemos...

—La oscuridad es una extensión de mí, June. No le temo; la abrazo —respondió él, dejando a June desconcertada.

—June, necesito que toques una de las gemas y la enciendas con tu energía —indicó Éber, devolviéndolos a ambos a la realidad.

Lazos de SangreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora