#86 Under Siege

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Toda la avanzada acampaba en los alrededores de una enorme fábrica. En el horizonte, mientras el sol caía, se dibujaban las siluetas de las casas bajas, salpicadas por algún edificio de departamentos que cortaba el cielo. El clima era por demás frio y las fogatas iluminaban la noche en ciernes, como un salpicado de luces y estelas elevando su humareda al cielo encapotado.

Donde se encontraban los tres reinaba la calma y solo se escuchaba el tibio clamor de las voces detrás. El Flaco y Martin observaban los alambrados derruidos y a punto de ceder entre la maleza y el asfalto, mientras que Pancho intentaba armar una improvisada tienda.

-Pancho: Bueno. No será un hotel cinco estrellas, pero va a servir.

-Flaco: Como mucho entran dos personas ahí. Y todo el combo se me hace gay.

-Pancho: ¿Te vas a quedar acá a morirte de hipotermia?

-Flaco: Prefiero perder mi vida a otra cosa. Además podemos encender un fuego y quedarnos alrededor.

-Martin: Exacto. Todo esto es pasto seco, prende enseguida. Solo tenemos que robar una chispa y listo.

-Pancho: Esta todo seco. ¿Quieren prender fuego toda la zona?

-Flaco: A lo mejor llueve y se soluciona solo.

Mientras ellos discutían, Jessica apareció entre las sombras, trayendo una pequeña olla.

-Jessica: ¿Tienen hambre?

-Flaco: Eso en África sería un insulto. Por lo menos en la vieja África.

-Pancho: Creo que quiso decir gracias. La verdad que teníamos hambre.

-Jessica: Bueno. Ahí tienen. Disfruten.

-Martin: Voy a encender el fuego.

-Jessica: Esta tibia. Es un poco de sopa y carne. Pero hagan lo que quieran.

-Pancho: No somos muy exigentes. La vamos a disfrutar.

-Jessica: Perfecto. Buen provecho.

-Flaco: Podes quedarte si queres. Digo, por lo menos te debemos algo de comer.

-Jessica: Esta bien. Los acompaño.

Luego de que Martin lograra encender una pequeña fogata entre unos cacharros, Pancho colocó la sopa a calentar y los cuatro se sentaron alrededor esperando el momento de comer.

A pocos metros de ahí, dos personas caminaban por el perímetro, armados con arcos caseros, intentando despejarse.

-Hombre: Antes odiaba estas rondas, pero ahora es lo único que sirve contra el frio.

-Hombre: No va a pasar mucho tiempo antes de que tengamos que caminar en la noche y dormir de día.

-Hombre: ¿Crees que todos lo lograrían?

-Hombre: Es eso o establecerse. Y ya sabes lo que piensan de eso.

-Hombre: Lo que pensamos.

-Hombre: ¿Vos también? Yo creí que...¡Ah! ¡Ah!

-Hombre: ¿¡Qué te pasa!? ¡Ah!

Ambos sintieron un dolor repentino y como si una fuerza los jalara hacia atrás. Antes de desangrarse comprendieron que habían caminado directamente hacia una ola de podridos en medio de la noche.

Sus gritos no pasaron desapercibidos y rápidamente otro par de hombres salieron a ver que ocurría, sufriendo el mismo destino, sin siquiera poder defenderse. Cuando los primeros diez podridos cruzaron la entrada del predio, todos se levantaron y los gritos parecieron volverse uno solo.

-Jessica: ¿¡Que está pasando!?

-Flaco: Ya no se puede ni comer tranquilo.

De repente, manos, brazos, caras y piernas putrefactas comienzan al golpear el alambrado que está a pocos metros de ellos, haciéndolo temblar.

-Pancho: ¡No puede ser!

-Martin: ¡Dale! ¿Dónde están las armas?

-Jessica: ¿Seguros que pueden usar los arcos y lanzas?

-Martin: ¡Sí! Y si no, ¿Qué importa? ¡Estamos rodeados!

-Jessica: Síganme. Yo tengo un cuchillo.

El Flaco y Martin toman la olla junto con algunas brazas y las arrojan hacia el alambrado, eliminando a un par de caminantes e incendiando los pastos. Pronto esas pequeñas chispas se convierten en un fuego descontrolado que se extiende por el sur del predio, iluminando la noche y los cadáveres.

Los cuatro corren por el lugar esquivando gente, podridos, tiendas de campaña y fogatas, hasta llegar a una enorme montaña de lona, colocada en el piso. Debajo había varias cañas afiladas, lanzas, fierros, mazas, cuchillos, arcos y flechas. Cada uno tomo lo que pudo y volvieron a juntarse.

-Flaco: Alguien tiene que asegurarse de que todos tengan armas. Jessica, a vos te conocen, ¿podes hacerlo?

-Jessica: Si. Pero no pienso quedarme solamente acá.

-Martin: Usemos las flechas. Podemos prenderlas fuego y tirar desde lejos.

-Pancho: Los demás usamos las lanzas y cuchillos para matar a los más avanzados.

-Flaco: Tenemos un plan. ¡Vamos!

El Flaco y Pancho toman dos lanzas cada uno y corren hacia el frente, esquivando a decenas de personas que huyen despavoridas. Al llegar a la entrada se encuentran con un flujo incesante de podridos entrando y notan como varios de los salvajes se arremolinan junto a ellos, armados de diversas maneras, pero sin hacer nada.

-Flaco: ¡Que no quede ni uno!

Ambos comienzan el lento ataque, cuidando de no quedar rodeados. Al verlos, el resto de los salvajes comienzan a correr hacia los podridos gritando y los asisten a pesar de verse claramente superados numéricamente. Pronto el suelo esta regado de cadáveres y el cemento se pierde debajo de ellos, pero la horda continua entrando sin cesar. Mientras batallan contra ellos, el hacha también aparece, armado con un sable.

-Flaco: ¿De dónde sacaste eso?

-Hacha: Saqueamos un museo. ¿No es genial?

-Flaco: Tremendamente genial.

-Hacha: ¡Estamos perdiendo mucha gente! ¿Tenes otra idea o vamos a morir acá también?

-Flaco: ¡Por allá esta mi otra idea!

El Flaco señala a espaldas del Hacha, donde otra decena de personas esta codo a codo, portando arcos y flechas encendidas como si fueran velas una al lado de la otra. Jessica es la primera en adelantarse y da una señal. El Flaco, Pancho y el Hacha se arrojan al suelo, gritándoles a los demás para que los imiten. Pocos instantes después, una lluvia de flechas encendidas cae por detrás y alrededor de ellos, impactando en diferentes partes de los podridos, eliminando a unos, incapacitando a otros.

Los tres vuelven a levantarse y corren hacia la entrada, intentando cerrar la oxidada y vetusta verja de hierro. Pronto el resto de los salvajes se suman, incluyendo Jessica y Martin, empujando con todas sus fuerzas. La valla finalmente se zafa de su riel y corre impulsada por la fuerza de todos los brazos hasta cerrar aquella entrada infernal, cercenando podridos y atrapando a otros.

-Jessica: ¿Están bien?

-Flaco: Vamos a estarlo.

-Martin: Aún nos quedan unos cuantos. ¿Tienen fuerzas?

-Flaco: Siempre y cuando mi amigo del sable lo este.

-Hacha: Que no quede ni uno.

-Todos: ¡Que no quede ni uno!

Survive: A Story of zombiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora