#114 Go

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La mañana era fría y ventosa. Con los primeros destellos del sol, todos los habitantes del galpón fueron despertados por una campana. Gabriela y Pancho fueron los primeros en poner un pie en el suelo, tratando de calmar a Luis. El resto, se fue levantando de a poco. Minutos después, un grupo nutrido de soldados entró y dejó varios platos con comida en una larga mesa en el extremo este.

Allí estaban el Flaco y Martin cuando Natalia apareció por detrás.

-Natalia: Apuren el desayuno.

-Flaco: ¿Qué queres que apure? Esto no alcanza ni para una muela.

-Natalia: Deberías agradecerme, estúpido.

-Martin: ¿Tenes que forrearnos todos los días? ¿Qué queres?

-Natalia: ¿Cómo "que queres"? Te la voy a dejar pasar, pero la próxima vez que me hables así no la contas. Quiero lo mismo de siempre: a recolectar para pagar el techo y la seguridad. Ni más ni menos.

-Flaco: ¿Podemos terminar esto, por lo menos? Son cinco minutos y después vamos. ¿Ok?

-Natalia: ¿Qué te pasa? ¿Te tomaste un calmante?

-Flaco: Por favor. Te lo pido bien.

-Natalia: Ok. Pero ni un minuto más.

El Flaco y Martin tomaron unos platos con algunas frutas y regresaron con el resto. Se pusieron ropa abrigada, igual que Pancho y dejaron sus mochilas escondidas debajo de las camas. Los tres se despidieron del bebe y de Gabriela antes de irse.

-Martin: ¿Segura que vas a estar bien?

-Gabriela: Si. Lo mío no es lo más difícil. Voy a estar bien. Nos vemos del otro lado.

-Martin: Nos vemos del otro lado.

Martin besó a Gabriela y luego corrió hasta alcanzar a los demás. Junto con otras cuatro personas, más los guardias, fueron subidas a una camioneta 4x4 negra. Atravesaron la calle y la puerta principal. A medida que se alejaban de allí, veían las murallas y las casas y calles detrás y pensaban que jamás volverían a verlas. Aunque estaban nerviosos, se sentían felices y aliviados. Solamente esperaban que todo saliera bien.

Diez minutos después de la partida, Gabriela salió del galpón junto con Luis. Recorrió las calles, mezclándose con los demás habitantes perfectamente. Incluso algunos la saludaron y también al bebe. Ella se quedó en una esquina, esperando que se despejara. Cuando estuvo segura de que nadie la miraba, cruzó la calle, llegando hasta una pequeña cerca. Miró en todas direcciones y, al no ver a nadie, le dio una patada a la pequeña puerta de madera y se metió en el patio.

Se quedó allí esperando, mirando la empalizada que estaba a unos pocos metros, cubierta parcialmente por musgo y hiedra. De repente, la puerta volvió a abrirse y cerrarse rápidamente. Quien entró, se acercó a Gabriela y la tomó por la espalda.

-Pablo: (dejando las mochilas en el pasto) Hola. ¿Nadie te siguió?

-Gabriela: Espero que no. ¿Hiciste lo tuyo?

-Pablo: La puse donde me dijeron ellos.

-Gabriela: Bien. Solamente queda esperar.

-Pablo: Si. Pero no puedo hacerlo con vos. Hay que aparentar normalidad.

-Gabriela: Si, obvio. Supongo que es la despedida. Gracias por todo.

-Pablo: No, por favor. Cuídense mucho.

-Gabriela: Lo vamos a hacer.

A varios kilómetros de allí, la camioneta se había detenido en un pequeño pueblo que solamente tenía una calle principal, de tierra, y seis cuadras de largo por tres de ancho. Los guardias descansaban y custodiaban la calle y el resto estaba buscando suministros. El Flaco, Martin y Pancho hacían tiempo, fingiendo que intentaban abrir una puerta. Mientras lo hacían, escucharon un estruendo. Giraron sobre sus pies y vieron una columna de humo alzándose en lo lejos.

-Pancho: Wow. ¿Qué puso el tordo? ¿Una bomba atómica?

-Flaco: Me parece que volteó una muralla el loco este

-Martin: Nada de pasar desapercibido, eh.

-Flaco: Como sea, ahora entramos nosotros. ¿Listos?

Martin y Pancho asintieron. Los tres comprobaron que tenían sus cuchillos en posición y bajaron por la calle pero, antes de llegar, escucharon disparos, gritos y corridas. Dieron la vuelta corriendo, hasta llegar a la camioneta. Allí, cerca de los cuerpos de los guardias muertos, estaban los del grupo de las carpas, apuntando con unas pistolas

-Flaco: ¡!Eh!! ¿¡Que hacen acá!? ¡Tenían que ir a buscar a Gabriela!

-Blas: (apuntándole) Ah, se. Creo que ya deberían saber la verdad.

-Pancho: ¿Qué verdad? ¿Qué pasa?

-Eduardo: Pasa que se tragaron un buzón.

-Blas: Lo único que necesitábamos era un vehículo. Y una buena bomba. Ya que estamos, fue muy buena. ¡Miren el humo que larga!

-Flaco: ¡Teníamos un acuerdo!

-Franco: Acuerdo roto, amigo. Ya sé que ahora nosotros estamos en deuda con vos pero....bienvenidos al nuevo mundo, ¿no?

-Martin: ¿Y qué van a hacer? ¿Ir a buscar a los suyos? Los van a reventar a tiros si se acercan.

-Blas: Son bobos, ¿eh? ¡Para eso era la bomba! ¡Distracción!

-Román: Nuestros amigos ahora están corriendo por el bosque hasta la zona donde los vamos a pasar a buscar.

Mientras hablaban, Sandra apareció por detrás. A punta de pistola llevaba a Natalia, a la que le había atado las manos. En medio de ambos grupos, la hizo arrodillar y le colocó el cañón en la nunca.

-Sandra: Miren. Encontré a otra.

-Franco: ¿Y la vas a matar vos? Todos mataron a dos menos yo....

-Blas: Si, pero es mujer. Creo que le corresponde a Sandrita....

-Pancho: ¿¡Que le hicieron a Gabriela y al bebe!? Les juro que si los tocaron....

-Román: Tranquilo, gordo. Tu amigo ya prometió lo mismo. No les hicimos nada.

-Blas: Ósea, a lo mejor nuestros amigos le robaron algo, pero no le harían daño.

-Flaco: ¿Y qué van a hacer? ¿Se van a ir y listo?

-Franco: Maestro, los vamos a dejar vivir. ¿Qué más queres?

-Blas: Si. Y ahora que decís, tenemos que irnos. Sandra, termina rápido así vamos a buscar a nuestra gente.

-Sandra: Con mucho gusto...

-Flaco: ¡¡Para!! ¡No la mates!

-Sandra: ¿Porque no?

-Flaco: Porque...nosotros tenemos que volver. La necesitamos para negociar. Por favor.

-Blas: Miren al pobre pibe. Creo que le gusta.

-Franco: Clásico. Es el síndrome de Estocolmo.

-Sandra: ¿Sabes qué? Vos llevaste la carta y, sin ella, todo esto hubiera sido imposible. Ni siquiera la leíste. Creo que te voy a dejar tener tu puta. Y te la dejo atada y todo.

Sandra guardó su pistola y se fue junto a los demás. Uno a uno subieron a la camioneta y la encendieron. Le hicieron seña de luces a los tres y aceleraron rápidamente, alejándose del pequeño pueblo.

El Flaco se puso de cuclillas y golpeó la tierra con el puño. Pancho se agarraba la cabeza y miraba como la camioneta se alejaba dejando solamente un rastro de polvo. Martin simplemente puso los brazos en jarra y observó al Flaco.

Survive: A Story of zombiesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora