La lancha continuó funcionando, adentrándose en el mar oscuro y helado hasta que agotó su combustible, cerca del alba. Martin y el Flaco le dieron gran parte de sus abrigos a Gabriela, Pancho y Luis. El frio les dolía, quemando su piel y las energías habían caído, tanto, que ni siquiera se movían.
Apiñados cerca del motor, los cinco estaban con los ojos cerrados, prácticamente dormidos en un letargo profundo. La lancha se movía lentamente por el agua y el volante se mecía suavemente, sin dirección alguna, siguiendo el ritmo del oleaje.
Su tranquilidad fue cortada de repente. La lancha se sacudió y escucharon un golpe y en menos de un segundo la lancha se paró en seco. El primero en ponerse de pie, fue Martin. De rodillas, se acercó hasta el borde y miró lo que sucedía. En seguida regresó y sacudió los pies de los demás. Gabriela se puso de pie y ayudó al Flaco, que tenía los labios morados. Él le tendió la mano y ayudó a Pancho y a Luis a ponerse de pie.
Todos se acercaron al borde y se encontraron con que habían encallado en una costa. Frente a ellos se extendía una interminable estepa hacia el norte y oeste y una especie de ancho rio al sur. Pero, lo que más les sorprende, es una polvareda que se levanta, acercándose más y más.
-Gabriela: Es un auto. O algo así.
-Martin: Parece que al final si tenías razón. Había algo más al sur.
-Flaco: Si. Más frio.
-Gabriela: Esperemos que sean mejores que de dónde venimos.
-Pancho: Imposible que sean peores. Imposible.
A los pocos minutos, una camioneta Jeep gris paró frente a ellos. Lentamente, los cinco fueron bajando, teniendo que pasar unos metros por el agua, mojándose hasta las rodillas, antes de tocar tierra. Hacia ellos se acercó un hombre, de unos cincuenta años, vestido con ropas muy abrigadas, guantes y botas, quien se identificó como Raúl.
-Raúl: Hola y bienvenidos al estrecho.
-Gabriela: ¿Estrecho?
-Raúl: El estrecho de Magallanes. Bienvenidos al fin del mundo. Bueno, no literalmente. Hay que atravesarlo primero.
-Martin: ¿Y ustedes lo atraviesan?
-Raúl: Vivimos ahí. Solamente venimos al continente a buscar ovejas y cabras salvajes. También hay otros animales, pero a veces se van lejos y es difícil seguirles el rastro.
-Flaco: Entonces...¿viven en Tierra del Fuego?
-Raúl: Exactamente. Pescamos, criamos animales y tenemos una vida bastante buena y en comunidad.
-Gabriela: ¿Y no tienen problemas con los podridos?
-Raúl: ¿Podridos? ¿Vos decís los embobados? El mar y el estrecho los paran. O la nieve. El único problema es cuando se nos muere gente por la edad o por enfermedad y tenemos que "desactivarlos" antes de que vuelvan. Fue difícil al principio, ya saben, tener que "volver a matarlos". Pero nos estamos acostumbrando y la gente ya lo sabe. Nunca hemos tenido un problema. Somos una sociedad muy organizada.
-Flaco: Espero que no sean como las que hemos visto.
-Raúl: Todos los locos quedaron en el continente. ¿Ustedes de donde son?
-Pancho: Buenos Aires. De distintas partes de la provincia.
-Raúl: Tenes un bebe. Hace unas semanas tuvimos dos nacimientos. Tenemos buenos doctores para cuidarlo. Y a ustedes también. Se ve que han sufrido el frio.
-Martin: Entre otras cosas.
-Flaco: Ha sido un viaje largo.
-Raúl: Tenemos mucho tiempo para hablar de eso. Pero no quiero que sigan congelándose acá afuera. Suban. Tenemos un viaje largo hasta la isla.
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Survive: A Story of zombies
HorrorAño 2014. Un virus creado por la OTAN durante la guerra fría se desata en África. Los reportes son tan claros como increíbles: los muertos regresan de su estado terminal y atacan a los vivos. A pesar de todo, el Mundial de Brasil se desarrolla no...