Los Elfos

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-No estoy seguro de si hibernan o no – dijo Hagrid a sus alumnos, que temblaban de frío, el lunes por la mañana, en la huerta de las calabazas –. Lo que vamos a hacer es probar si les apetece echarse un sueñecito... Los pondremos en estas cajas.

Sólo quedaban diez escregutos. Aparentemente, sus deseos de matarse se habían limitado a los de su especie. Para entonces tenían casi dos metros de largo. El grueso caparazón gris, las patas poderosas y rápidas, las colas explosivas, los aguijones y los aparatos succionadores se combinaban para hacer de los escregutos de las criaturas más repulsivas que hubieran visto nunca. Desalentada, la clase observó las enormes cajas que Harry acababa de llevarles, todas provistas de almohadas y mantas mullidas.

-Los meteremos dentro – explicó Hagrid –, les pondremos las tapas, y a ver qué sucede.

Pero no tardó en resultar evidente que los escregutos no hibernaban y que no se mostraban agradecidos de que los obligaran a meterse en cajas con almohadas y mantas, y los dejaran allí encerrados. Hagrid enseguida empezó a gritar: «¡No se asusten, no se asusten!», mientras los escregutos se desmadraban por el huerto de las calabazas tras dejarlo sembrado de los restos de las cajas, que ardían sin llama. La mayor parte de la clase (con Malfoy, Crabbe y Goyle a la cabeza) se había refugiado en la cabaña de Hagrid y se había atrincherado allí dentro. Alis, Harry, Ron y Hermione, sin embargo, estaban entre los que se habían quedado fuera para ayudar a Hagrid. Entre todos consiguieron sujetar y atar a nueve escregutos, aunque a costa de numerosas quemaduras y heridas. Al final no quedaba más que uno.

-¡No lo espanten! – les gritó Hagrid a Harry y Ron, que le lanzaban chorros de chispas con las varitas. El escreguto avanzaba hacia ellos con aire amenazador, el aguijón levantado y temblando –. ¡Sólo hay que deslizarle una cuerda por el aguijón para que no les haga daño a los otros!

-¡Por nada del mundo querríamos que sufrieran ningún daño! – exclamó Ron con enojo mientras Harry y él retrocedían hacia la cabaña de Hagrid, defendiéndose del escreguto a base de chispas.

-Bien, bien, bien... esto parece divertido.

Rita Skeeter estaba apoyada en la valía del jardín de Hagrid, contemplando el alboroto. Aquel día llevaba una gruesa capa de color fucsia con cuello de piel púrpura y, colgado del brazo, el bolso de piel de cocodrilo. Hagrid se lanzó sobre el escreguto que estaba acorralando a Harry y Ron, y lo aplastó contra el suelo. El animal disparó por la cola un chorro de fuego que estropeó las plantas de calabaza cercanas.

-¿Quién es usted? – le preguntó Hagrid a Rita Skeeter, mientras le pasaba al escreguto un lazo por el aguijón y lo apretaba.

-Rita Skeeter, reportera de El Profeta – contestó Rita con una sonrisa. Le brillaron los dientes de oro.

-Creía que Dumbledore le había dicho que ya no se le permitía entrar en Hogwarts – contestó ceñudo Hagrid, que se incorporó y empezó a arrastrar el escreguto hacia sus compañeros.

Rita actuó como si no lo hubiera oído.

-¿Cómo se llaman esas fascinantes criaturas? – preguntó, acentuando aún más su sonrisa.

-¿Escregutos de cola explosiva – gruñó Hagrid.

-¿De verdad? – dijo Rita, llena de interés –. Nunca había oído hablar de ellos... ¿De dónde vienen?

Por encima de la enmarañada barba negra de Hagrid, la piel adquiría rápidamente un color rojo mate, y se le cayó el alma a los pies. ¿Dónde había conseguido Hagrid los escregutos?

Hermione se apresuró a intervenir.

-Son muy interesantes, ¿verdad? ¿Verdad, Harry?

-¿Qué? ¡Ah, sí...!, ¡ay!... muy interesantes – dijo Harry.

Alisa BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora