El Nuevo Profesor de Adivinación

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Más tarde mientras Alis pasaba un poco de tiempo con Ginny a la hora de la cena unos gritos entraron por las puertas dobles del Gran Comedor.

-¿Qué fue eso? – pregunto Ginny.

-No lo sé – dijo Alis mirando hacia la puerta y como no se escuchó nada más las niñas volvieron a comer sin embargo otro grito llegó desde el vestíbulo y los alumnos comenzaron a levantarse.

-¿Vamos? – le pregunto Ginny tragándose el bocado.

-Pues... – Alis no estaba muy segura, pero cuando otro grito entró por la puerta se levantó de un brinco, ella y Ginny corrieron al vestíbulo en donde un circulo de gente se había comenzado a formar, Lavender y Parvati fueron tras ellas y las cuatro se quedaron de piedra cuando en medio de la muchedumbre se encontraron con la profesora Trelawney. Estaba de pie en medio del vestíbulo, sosteniendo la varita en una mano y una botella vacía de jerez en la otra, completamente enloquecida. Tenía el pelo de punta, las gafas se le habían torcido, de modo que uno de los ojos aparecía más ampliado que el otro, y sus innumerables chales y bufandas le colgaban desordenadamente de los hombros causando la impresión de que se le habían descosido las costuras. En el suelo, junto a ella, había dos grandes baúles, uno de ellos volcado, como si se lo hubieran lanzado desde la escalera. La profesora Trelawney miraba fijamente, con gesto de terror, a la profesora Umbridge que estaba al pie de la escalera.

-¡No! – gritó la profesora Trelawney –. ¡NO! ¡Esto no puede ser! ¡No puede ser! ¡Me niego a aceptarlo!

-¿No se imaginaba que iba a pasar esto? – preguntó una voz aguda e infantil con un deje de crueldad –. Pese a que es usted incapaz de predecir ni siquiera el tiempo que hará mañana, debió darse cuenta de que su lamentable actuación durante mis supervisiones, y sus nulos progresos, provocarían su despido.

-¡N-no p-puede! – bramó la profesora Trelawney, a quien las lágrimas le resbalaban por las mejillas por detrás de sus enormes gafas –. ¡No p-puede despedirme! ¡Llevo d-dieciséis años aquí! ¡Hogwarts es m-mi hogar!

-Era su hogar hasta hace una hora, en el momento en que el ministro de la Magia firmó su orden de despido – la corrigió la profesora Umbridge a quien el placer le ensanchaba aún más la cara de sapo mientras contemplaba cómo la profesora 

Trelawney, que lloraba desconsoladamente, se desplomaba sobre uno de sus baúles –. Así que haga el favor de salir de este vestíbulo. Nos está molestando.

Pero la profesora Umbridge se quedó dónde estaba, regodeándose con la imagen de la profesora Trelawney, que gemía, se estremecía y se mecía hacia delante y hacia atrás sobre su baúl en el paroxismo del dolor. A su lado Lavender y Parvati lloraban en silencio, cogidas del brazo. Luego oyó pasos. La profesora McGonagall había salido de entre los espectadores, había ido directamente hacia la profesora Trelawney y le estaba dando firmes palmadas en la espalda al mismo tiempo que se sacaba un gran pañuelo de la túnica.

-Toma, Sybill, toma... Tranquilízate... Suénate con esto... No es tan grave como parece... No tendrás que marcharte de Hogwarts...

-¿Ah, no, profesora McGonagall? – dijo la profesora Umbridge con una voz implacable, y dio unos pasos hacia delante –. ¿Y se puede saber quién la ha autorizado para hacer esa afirmación?

-Yo – contestó una voz grave.

Las puertas de roble se habían abierto de par en par. Los estudiantes que estaban más cerca de ellas se apartaron y Dumbledore apareció en el umbral. Tenía un aire imponente allí plantado, como si lo enmarcará una extraña neblina nocturna. Dumbledore dejó las puertas abiertas y avanzó, dando grandes zancadas a través del corro de curiosos, hacia la profesora Trelawney, quien seguía temblando y llorando sobre su baúl, con la profesora McGonagall a su lado.

Alisa BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora