Petardos Weasley

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Un rayo de luz plateada recorrió la sala; se oyó una explosión, parecida a un disparo, y el suelo tembló; Alis tomo a Harry de la mano y se tiró al suelo arrastrándolo con ella, al mismo tiempo que estallaba un segundo destello de luz plateada; varios retratos gritaron, Fawkes chilló y una nube de polvo llenó el despacho. Harry, que estaba tosiendo, vio una oscura figura que caía al suelo con un fuerte estrépito ante él; se oyó un chillido y un topetazo, y alguien gritó «¡No!»; entonces se oyeron también otros sonidos: ruido de cristales rotos, un frenético correteo, un gruñido... y silencio.

Todavía había polvo flotando en el aire, y les caía suavemente sobre la cabeza. Alis, se cubrió la cara hasta la nariz un segundo y se puso rápido de pie, distinguió una figura muy alta que avanzaba hacia ellos.

-¿Están todos bien? – preguntó Dumbledore.

-¡Sí! – contestó la profesora McGonagall, que se puso en pie y levantó a Harry y a Marietta.

El polvo se estaba dispersando y entonces empezaron a observar el caos que se había producido en el despacho: la mesa de Dumbledore estaba volcada, así como las mesitas de patas delgadas, y los instrumentos plateados habían quedado hechos añicos. Fudge, Umbridge, Kingsley y Dawlish estaban tumbados, inmóviles, en el suelo. Fawkes, el fénix, volaba describiendo círculos sobre ellos y cantaba débilmente.

-Por desgracia, he tenido que alcanzar a Kingsley con el maleficio, porque de otro modo habría resultado sospechoso – dijo Dumbledore en voz baja –. Ha sido muy hábil al modificar la memoria de la señorita Edgecombe cuando todos miraban hacia otro lado. ¿Querrá darle las gracias de mi parte, Minerva? Bueno, no tardarán en despertar, y será mejor que no sepan que hemos podido comunicarnos. Deben comportaros como si no hubiera pasado el tiempo, como si sólo hubieran caído al suelo un momento; ellos no recordarán...

-¿A dónde va a ir, Dumbledore? – le preguntó en un susurro la profesora McGonagall –. ¿A Grimmauld Place?

-No, no – respondió Dumbledore con una amarga sonrisa en los labios –. No me marcho para esconderme. Fudge pronto lamentará haberme echado de Hogwarts, se lo prometo.

-Profesor Dumbledore... – dijo Harry.

Pero Dumbledore se le adelantó antes de que pudiera decirle nada.

-Escúchame bien, Harry – dijo con urgencia –. Debes estudiar Oclumancia con todo tu empeño, ¿entendido? Haz lo que te diga el profesor Snape, y practica todas las noches antes de dormir para que puedas cerrar tu mente a esos malos sueños. Pronto entenderás por qué, pero debes prometerme... – Dawlish empezaba a moverse. Entonces Dumbledore agarró a Harry por una muñeca –. Recuerda, cierra tu mente... Alisa ya sabes que hacer – ella asintió – Pronto lo entenderás – susurró Dumbledore a Harry.

En ese momento Fawkes trazó un último círculo por el despacho y descendió sobre el director. Dumbledore soltó a Harry, levantó una mano y asió la larga y dorada cola del fénix. Se produjo un fogonazo y ambos desaparecieron.

-¿Dónde está? – bramó Fudge incorporándose –. ¡¿Dónde está?!

-¡No lo sé! – gritó Kingsley, y se levantó del suelo.

-¡No puede haberse desaparecido! – gritó la profesora Umbridge –. ¡Nadie puede aparecerse ni desaparecerse dentro del recinto del colegio!

-¡La escalera! – gritó Dawlish, y se precipitó hacia la puerta; la abrió y salió por ella, seguido de cerca por Kingsley y la profesora Umbridge.

Fudge titubeó, aunque luego se puso lentamente en pie y se quitó el polvo de la ropa. Hubo un largo y tenso silencio.

-Bueno, Minerva – dijo el ministro con crueldad, alisándose la manga de la camisa que se le había roto –, me temo que éste es el fin de su amigo Dumbledore.

Alisa BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora