El Impostor

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Bill intentó ponerla en pie, pero Alis no podía soportar su peso.

-¿Dónde está Harry? ¿Dónde está Moody? – Bill no parecía poder responder a esas preguntas, Alis vio a Dumbledore desaparecer a toda prisa con el profesor Snape y la profesor McGonagall por la los terrenos hacia el castillo y tuvo un mal presentimiento.

-Debo... Harry – sacando sus últimas fuerzas de reserva salió corriendo hacia el castillo y sin darse cuenta los alcanzo al mismo tiempo de que Dumbledore derribara la puerta del despacho de Moody.

-¡Desmaius!

Hubo un rayo cegador de luz roja y, con gran estruendo, echaron la puerta abajo.

La expresión del rostro de Dumbledore al observar el cuerpo inerte de Ojoloco Moody era temible. No había ni rastro de su benévola sonrisa, ni del guiño amable de sus ojos tras los cristales de las gafas. Sólo había fría cólera en cada arruga de la cara. Irradiaba una fuerza similar a la de una hoguera.

Entró en el despacho, puso un pie debajo del cuerpo caído de Moody, y le dio la vuelta para verle la cara. Snape lo seguía, mirando el reflector de enemigos, en el resultaba visible su propia cara. Dirigió una mirada feroz al despacho.

La profesora McGonagall fue directamente hasta Harry y Alis la siguió.

-Vamos, Potter – susurró. Tenía crispada la fina línea de los labios como si estuviera a punto de llorar –. Ven conmigo, a la enfermería...

-No – dijo Dumbledore bruscamente.

-Tendría que ir, Dumbledore. Míralo. Ya ha pasado bastante por esta noche...

-Quiero que se quede, Minerva, porque tiene que comprender. La comprensión es el primer paso para la aceptación, y sólo aceptando puede recuperarse. Tiene que saber quién lo ha lanzado a la terrible experiencia que ha padecido esta noche, y por qué lo ha hecho.

-Moody... – dijo Harry –. ¿Cómo puede haber sido Moody?

-Éste no es Alastor Moody – explicó Dumbledore en voz baja –. Tú no has visto nunca a Alastor Moody. El verdadero Moody no te habría apartado de mi vista después de lo ocurrido esta noche. La señorita Black me lo contó todo y en cuanto te llevo, lo comprendí... y los seguí.

Dumbledore se inclinó sobre el cuerpo desmayado de Moody y metió una mano en la túnica. Sacó la petaca y un llavero. Entonces se volvió hacia Snape y la profesora McGonagall.

-Severus, por favor, ve a buscar la poción de la verdad más fuerte que tengas, y luego baja a las cocinas y trae a una elfina doméstica que se llama Winky. Minerva, sé tan amable de ir a la cabaña de Hagrid, donde encontrarás un perro grande y negro sentado en la huerta de las calabazas. Lleva el perro a mi despacho, dile que no tardaré en ir y luego vuelve aquí.

Si Snape o McGonagall encontraron extrañas aquellas instrucciones, lo disimularon, porque tanto uno como otra se volvieron de inmediato, y salieron del despacho. Dumbledore fue hasta el baúl de las siete cerraduras, metió la primera llave en la cerradura correspondiente, y lo abrió. Contenía una gran cantidad de libros de encantamientos. Dumbledore cerró el baúl, introdujo la segunda llave en la segunda cerradura, y volvió a abrirlo: los libros habían desaparecido, y lo que contenía el baúl era un gran surtido de chivatoscopios rotos, algunos pergaminos y plumas, y lo que parecía una capa invisible que en aquel momento era de color plateado. Harry y Alis observaron, pasmados, cómo Dumbledore metía la tercera, la cuarta, la quinta y la sexta llaves en sus respectivas cerraduras, y volvía a abrir el baúl para revelar en cada ocasión diferentes contenidos. Luego introdujo la séptima llave, levantó la tapa, y Harry soltó un grito de sorpresa.

Alisa BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora