El Partido

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-¡Asientos de primera! – dijo la bruja del ministerio apostada ante la puerta, al comprobar sus entradas – ¡Tribuna principal! Todo derecho escaleras arriba, Arthur, arriba de todo.

La escalera del estadio estaba tapizada con una suntuosa alfombra de color púrpura. Subieron con la multitud que poco a poco iba entrando por las puertas que daban a las tribunas que había a derecha e izquierda. El grupo del señor Weasley siguió subiendo hasta llegar al final de la escalera y se encontró una pequeña tribuna ubicada en la parte más elevada del estadio, justo a mitad de camino entre los dorados puestos de gol. Contenía unas veintitantas butacas de colores rojas y doradas, repartidas en dos filas. Todos tomaron asiento en las filas de delante, Alis se sentó entre Ginny y George, y observó el estadio que en un momento estaría a tope.

Con miles de magos y brujas ocupando sus asientos en las grada dispuestas en torno al largo campo oval. Todo estaba envuelto en una misteriosa luz dorada que parecía provenir del mismo estadio. Desde aquella elevada posición, el campo parecía formado de terciopelo. A cada extremo se levantaban tres aros de gol, a unos quince metros de altura. Justo enfrente de la tribuna en que se hallaban, casi a la misma altura de sus ojos, había un panel gigante. Unas letras de color dorado iban apareciendo en él y luego se borraban.

-Espero que no se nos unan personas desagradable – susurro – el ministerio está lleno de gente desagradable.

-Ni que lo digas – concordó George.

-En el verano, durante la audiencia de... bueno ya saben, conocí a una mujer muy desagradable, tenía un aspecto estirado y la forma en que miró a Remus me hizo querer picarle los ojos a esa... ella argumentó que los licántropos no eran como nosotros y no tenían los mismos derechos, que era una barbaridad que criaran niños, y que en cualquier momento encontrarían un cuerpo.

-Que desagradable – chilló Ginny.

-Si la vuelvo a ver...

Alis se calló cuando escucho una voz aguda venir de la fila de detrás.

-¿El señor acaba de llamarme Dobby? – Alis se giró para ver a la criatura, era una elfina doméstica con enormes ojos castaños, una nariz que tenía la misma forma y tamaño que un tomate y las orejas grande y puntiagudas como de murciélago.

-Disculpe – le dijo Harry, que seguramente la había confundido con el elfo doméstico del que le había hablado casi tres años atrás –, la había confundido con un conocido.

-¡Yo también conozco a Dobby, señor! – chillo la elfina. Se tapaba la cara como si la luz la cegara, a pesar de que la tribuna principal no estaba excesivamente iluminada –. Me llamo Winky, señor... y usted, señor... – la elfina doméstica abrió mucho los ojos –. ¡Usted es, sin duda, Harry Potter!

-Sí, lo soy – contestó Harry.

-¡Dobby habla todo el tiempo de usted, señor! – dijo ella, bajando las manos un poco pero conservando su expresión de miedo.

-¿Cómo se encuentra? – pregunto Harry –. ¿Qué tal le sienta la libertad?

-¡Ah, señor! – respondió Winky, moviendo la cabeza de un lado a otro –, no quiero faltarle al respeto, señor, pero no estoy segura de que le hiciera un favor a Dobby al liberarlo, señor.

-¿Por qué? – se extrañó Harry –. ¿Qué le pasa?

-La libertad se le ha subido a la cabeza, señor – dijo Winky con tristeza –. Tiene raras ideas sobre su condición, señor. No encuentra dónde colocarse, señor.

-¿Por qué no? – inquirió Harry.

Winky bajó el tono de su voz media octava para susurrar:

-Pretende que le paguen por trabajar, señor – Alis tuvo que contener una risita, era divertido imaginar la expresión de un mago como los Lucius Malfoy al escuchar eso, y a la vez se sintió orgullosa del elfo Dobby al que no conocía porque era digno de admiración.

Alisa BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora