Anónimos

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Cuando abandonó el despacho del director se dio a la tarea ir por una pluma, papel y tinta antes de emprender un viaje a la lechucería.

Querido tío Remus:

Sirius me lo ha contado todo. Lamento haberte dejado de escribir y lamento haber pensado todas esas cosas malas de ti. Estoy ansiosa de que llegue el verano y de regresar a casa contigo. Te extraño mucho. Tengo un millón de cosas que contarte sobre lo que ha acontecido en el castillo. Hoy hable con el profesor Dumbledore y realmente me siento más tranquila. Ya sea que me contestes o no, te seguiré escribiendo, aunque espero que me consideres lo suficientemente madura para manejar la situación, recuerda que estoy en Hogwarts y no creo que nadie vaya a intentar envenenarme en el desayuno. Tú mismo me lo dijiste en La Casa de los Gritos el año pasado: somos una familia y hemos superado cada cosa y obstáculo que se nos presenta nosotros solos contra el mundo y así seguirá siendo siempre.

Con cariño Alis.

Strix voló hasta ella para recoger su encargo, Alis le dio algunos chucherías lechuciles antes de mandarla a vuelo con la carta para Remus.

Después de ver desaparecer a su lechuza en el cielo Alis regresó a su sala común, ninguno de sus amigos la inquirió sobre su conversación con Sirius lo que ella agradeció mucho pues se encontraba mal solo de pensar en lo idiota e injusta que había sido.

El domingo después de desayunar, Harry, Ron, Hermione y Alis fueron a la lechucería para enviar una carta a Percy, preguntándole, como Sirius les había sugerido, si había visto a Crouch recientemente. Utilizaron a Hedwig, porque hacía tiempo que no le encomendaban ninguna misión. Después de observarla perderse de vista desde las ventanas de la lechucería, bajaron a las cocinas para entregar a Dobby sus calcetines nuevos.

Los elfos domésticos les dispensaron una cálida acogida, haciendo reverencias y apresurándose a prepararles un té. Dobby se emocionó con el regalo.

-¡Harry Potter es demasiado bueno con Dobby! – chilló, secándose las lágrimas de sus enormes ojos.

-Me salvaste la vida con esas branquialgas, Dobby, de verdad – dijo Harry.

-¿No hay más pastelitos de nata y chocolate? – preguntó Ron, paseando la vista por los elfos domésticos, que no paraban de sonreír ni de hacer reverencias.

-¡Acabas de desayunar! – dijo Hermione enfadada, pero entre cuatro elfos ya le habían llevado una enorme bandeja de plata llena de pastelitos.

-Deberíamos pedir algo de comida para mandarle a Hocicos – murmuró Harry.

-Buena idea – dijo Ron –. Hay que darle a Pig un poco de trabajo. ¿No podríais proporcionarnos algo de comida? – preguntó a los elfos que había alrededor, y ellos se inclinaron encantados y se apresuraron a llevarles más.

-¿Dónde está Winky, Dobby? – quiso saber Hermione, que había estado buscándola con la mirada.

-Winky está junto al fuego, señorita – repuso Dobby en voz baja, abatiendo un poco las orejas.

-¡Dios mío!

Alis también miró hacia la chimenea. Winky estaba sentada en el mismo taburete que la última vez, pero se hallaba tan sucia que se confundía con los ladrillos ennegrecidos por el humo que tenía detrás. La ropa que llevaba puesta estaba andrajosa y sin lavar. Sostenía en las manos una botella de cerveza de mantequilla y se balanceaba ligeramente sobre el taburete, contemplando el fuego. Mientras la miraban, hipó muy fuerte.

-Winky se toma ahora seis botellas al día – les susurró Dobby y Alis abrió mucho los ojos asombrada.

-Bueno, no es una bebida muy fuerte – comentó Harry.

Alisa BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora