La Pelea de Molly y Sirius

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Sirius salió disparado de la cocina y Alis esperaba que pudieran cerrar el retrato porque no tenía ganas de enfrentarse a su abuela.

-¡Cállate, vieja arpía! ¡Cállate! – bramó Sirius.

-¡Tú! – rugió su abuela –. ¡Traidor, engendro, vergüenza de mi estirpe!

-¡Te digo que te calles! – le gritó Sirius y Alis se decidió a intervenir mientras él y Remus hacían un gran esfuerzo para cerrar las cortinas.

-Quiten – les pidió y ello se apartaron –. Abuela, abuela por favor me dejaras sorda, ya hablamos de esto, por favor tranquilízate.

Walburga dejó de gritar y la miró fijamente.

-Me lo prometiste – le recordó.

-Y yo cumpliré mi promesa si tú cumples la tuya, por favor – su abuela indignada se tranquilizó y dejo que cerrará el retrato.

-Hola, Harry – saludó Sirius con gravedad—. Veo que ya has conocido a mi madre.

-¿Tu...?

-Sí, mi querida y anciana madre – afirmó Sirius –. Hasta ahora la única que la calma sin mucho esfuerzo es Alis. Rápido, vamos abajo antes de que despierten todos otra vez.

-Hola Harry – lo saludo Alis abrazándolo con fuerza –. Perdona a mi vieja abuela, tiene ciertos problemas para controlar su ira.

-Pero ¿qué hace aquí un retrato de ella? —preguntó Harry, desconcertado, mientras salían por una puerta del vestíbulo y bajaban un tramo de estrechos escalones de piedra seguidos de los demás.

-¿No te lo ha dicho nadie? Ésta era la casa de mis padres – respondió Sirius –. Mi madre se la dejo a Alis. Se la ofrecí a Dumbledore como cuartel general; es lo único medianamente útil que he podido hacer – añadió con voz amarga y dura.

-No seas tan duro contigo – le pidió Alis.

En la cocina Molly y Bill hablaban en voz baja, con las cabezas juntas, en un extremo de la mesa. Molly carraspeo y Arthur se puso de pie de un brinco.

-¡Harry! – exclamó el señor Weasley; fue hacia Harry para recibirlo y le estrechó la mano con energía –. ¡Cuánto me alegro de verte!

Alis se apresuró a ir a ayudarlos a enrollar los pergaminos que quedaban encima de la mesa.

-¿Has tenido buen viaje, Harry? – le preguntó Bill mientras intentaba recoger doce rollos a la vez –. ¿Así que Ojoloco no te ha hecho venir por Groenlandia?

-Lo intentó – intervino Tonks; fue hacia Bill con aire resuelto para ayudarlos a recoger, y de inmediato tiró una vela sobre el último trozo de pergamino –. ¡Oh, no! Lo siento...

-Dame, querida – dijo la señora Weasley con exasperación, y reparó el pergamino con una sacudida de su varita.

La señora Weasley vio como Harry miraba el pergamino, agarró el plano de la mesa y se lo puso en los brazos a Bill, que ya iba muy cargado.

-Estas cosas hay que recogerlas enseguida al final de las reuniones – le espetó, y luego fue hacia un viejo aparador del que empezó a sacar platos.

Bill sacó su varita, murmuró: «¡Evanesco!» y los pergaminos desaparecieron.

-Siéntate, Harry – dijo Sirius –. Ya conoces a Mundungus, ¿verdad?

Mundungus que se había quedado dormido emitió un prolongado y profundo ronquido y despertó con un respingo.

-¿Alguien ha pronunciado mi nombre? – masculló Mundungus, adormilado –. Estoy de acuerdo con Sirius... – Levantó una mano sumamente mugrienta, como si estuviera emitiendo un voto, y miró a su alrededor con los enrojecidos ojos desenfocados.

Alisa BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora