Lo Que Pasó En El Cementerio

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-Harry... – llamó Dumbledore con suavidad.

Harry se levantó y volvió a tambalearse. También se dio cuenta de que temblaba. Dumbledore lo cogió del brazo y lo ayudó a salir al oscuro corredor, Alis los siguió derramando lágrimas silenciosas. Apenas podía procesar todos los sucesos.

-Antes que nada, quiero que vengan a mi despacho – les dijo en voz baja, mientras se encaminaban hacia el pasadizo –. Sirius nos está esperando allí – Alis sintió una oleada reconfortante. Harry asintió con la cabeza.

-Profesor – murmuró Harry –, ¿dónde están los señores Diggory?

-Están con la profesora Sprout – dijo Dumbledore. Su voz, tan impasible durante todo el interrogatorio de Barty Crouch, tembló levemente por vez primera –. Es la jefa de la casa de Cedric, y es quien mejor lo conocía – Alis sintió una punzada de culpabilidad en el estómago.

-Profesor... yo podría ver a Sirius después...

-Harry va a necesitar que estés con él en estos momentos – Alis asintió.

Llegaron ante la gárgola de piedra. Dumbledore pronunció la contraseña, se hizo a un lado, y él, Alis y Harry subieron por la escalera de caracol móvil hasta la puerta de roble. Dumbledore la abrió.

Sirius se encontraba allí, de pie. Tenía la cara tan pálida y demacrada como cuando había escapado de Azkaban. Cruzó en dos zancadas el despacho.

-¿Estás bien, Harry? Lo sabía, sabía que pasaría algo así. ¿Qué ha ocurrido?

Las manos le temblaban al ayudar a Harry a sentarse en una silla, delante del escritorio.

-¿Qué ha ocurrido? – preguntó, más apremiante mirándolos a los dos.

Dumbledore comenzó a contarle a Sirius todo lo que había dicho Barty Crouch. Alis solo miraba a Harry con atención y se limpiaba las lágrimas ocasionalmente, le ardían las mejillas cada vez que se pasaba la mano por ella, sentía el escozor de los rasguños de las zarzas.

Alis vio a Fawkes, el fénix, que había abandonado la percha y se había ido a posar sobre la rodilla de Harry.

-Hola, Fawkes – lo saludó Harry en voz baja. Acarició sus hermosas plumas de color oro y escarlata. Fawkes abrió y cerró los ojos plácidamente, mirándolo.

Dumbledore dejó de hablar. Sentado al escritorio, miraba fijamente a Harry, pero éste evitaba sus ojos.

-Necesito saber qué sucedió después de que tocaste el traslador en el laberinto, Harry – le dijo.

-Podemos dejarlo para mañana por la mañana, ¿no, Dumbledore? – se apresuró a observar Sirius. Le había puesto a Harry una mano en el hombro –. Dejémoslo dormir. Que descanse.

Pero Dumbledore desoyó su sugerencia y se inclinó hacia Harry que levantó la cabeza.

-Harry, si pensara que te haría algún bien induciéndote al sueño por medio de un encantamiento y permitiendo que pospusieras el momento de pensar en lo sucedido esta noche, lo haría – dijo Dumbledore con amabilidad –. Pero me temo que no es así. Adormecer el dolor por un rato te haría sentirlo luego con mayor intensidad. Has mostrado más valor del que hubiera creído posible: te ruego que lo muestres una vez más contándonos todo lo que sucedió.

El fénix soltó una nota suave y trémula.

Harry respiró hondo y comenzó a hablar. Alis no pudo evitarlo, ni siquiera se dio cuenta de lo que estaba haciendo, comenzó a ver las imágenes que cruzaban por la cabeza de Harry mientras él hablaba: vio la llegada al cementerio de Harry y Cedric y la chispeante superficie de la poción que había revivido a Voldemort, vio a los mortífagos apareciéndose entre las tumbas, vio el cuerpo de Cedric tendido en el suelo a corta distancia de la Copa – fue con esa visión con la que Alis volvió a desbordarse en una llanto sollozante, Sirius hizo ademán de tocarla, pero Alis retrocedió, no quería que nadie se le acercara en esos momentos.

Alisa BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora