La Trampa

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Draco sujeto con mucha fuerza a Alis cubriéndole los ojos con la mano de forma protectora.

-¡NO! – chilló entonces Hermione, a quien Millicent Bulstrode continuaba sujetando –. ¡No! ¡Harry, tendremos que contárselo! – Draco aflojo un poco el agarre de Alis que se quedó inerte.

-¡Nada de eso! – bramó él fulminando con la mirada a lo poco del cuerpo de Hermione que alcanzaba a ver.

-¡Tendremos que hacerlo, Harry! Va a obligarte de todos modos, así que ¿qué sentido tiene?

Y Hermione se puso a llorar débilmente sobre la parte de atrás de la túnica de Millicent Bulstrode. Ésta dejó de aplastarla contra la pared de inmediato y se apartó de ella con asco.

-¡Vaya, vaya! – exclamó la profesora Umbridge, triunfante –. ¡Doña Preguntitas nos va a dar algunas respuestas! ¡Adelante, niña, adelante!

-¡Her... mione..., no! – gritó Ron a través de la mordaza.

-¡No le digas nada! – le gritó Alis intentando soltarse otra vez –. ¡No puedes...!

Ginny miraba con atención a Hermione, como si fuera la primera vez que la veía. Neville, que todavía estaba medio asfixiado, la miraba también.

-Lo... lo siento, pe... perdonadme – balbuceó la chica –, pe... pero no puedo so... soportarlo...

-¡Está bien, niña, tranquila! – dijo la profesora Umbridge, que agarró a Hermione por los hombros y la sentó en la butaca de chintz. Se inclinó sobre ella y añadió –: A ver, ¿con quién se estaba comunicando Potter hace un momento?

-Bueno – contestó Hermione, y tragó saliva –, intentaba hablar con el profesor Dumbledore.

Alis la miro entendiendo enseguida lo que ocurría, Ron se quedó de piedra, con los ojos como platos; Ginny dejó de intentar pisotear a su captora; y hasta Luna adoptó una expresión de leve sorpresa. Por fortuna, la profesora Umbridge y sus secuaces tenían toda la atención concentrada exclusivamente en Hermione y no repararon en aquellos sospechosos indicios.

-¿Con Dumbledore? – repitió la profesora Umbridge, entusiasmada –. ¿Acaso saben dónde está?

-¡Bueno, no! – sollozó Hermione –. Hemos probado en el Caldero Chorreante, en el callejón Diagon, en Las Tres Escobas y hasta en Cabeza de Puerco...

-¿Cómo puedes ser tan idiota? ¡Dumbledore no estaría sentado en un pub mientras lo busca el Ministerio en pleno! – gritó la profesora Umbridge, y la decepción se reflejó en todas las flácidas arrugas de su rostro.

-¡Es que..., es que necesitábamos decirle algo muy importante! – gimió Hermione, que seguía tapándose la cara; Harry comprendió que ese gesto no era de angustia, sino de disimulo.

-¿Ah, sí? – dijo la profesora Umbridge volviendo a animarse –. ¿Y qué era eso que queríais decirle?

-Pues queríamos decirle que..., que..., ¡que ya está lista! – balbuceó Hermione.

-¿Lista? – se extrañó la profesora, que volvió a sujetar a Hermione por los hombros y la zarandeó ligeramente –. ¿Qué es lo que está listo, niña?

-El... el arma.

-¿El arma? ¿Qué arma? – preguntó la profesora, cuyos ojos se salían de las órbitas a causa de la emoción –. ¿Han desarrollado algún método de resistencia? ¿Un arma que podríais emplear contra el Ministerio? Por orden de Dumbledore, claro...

-¡S... s... sí – farfulló Hermione –, pero cuando se marchó todavía no la habíamos terminado y a... a... ahora nosotros la hemos terminado solos, y te... te... teníamos que encontrarlo para decírselo!

Alisa BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora