El Alma Pactada

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A pesar de que había fingido que sabía exactamente lo que iba a hacer Alis no tenía ni idea de cómo librarla en esa ocasión, no iba a dejar que Draco corriera ese peligro, tenía que encontrar la forma de resolver aquello y lo único que se le ocurrió fue ir a ver al director, confiaba en que estuviera en Hogwarts, tenía que estar en Hogwarts.

Una angustia equivalente a la que sintió tras ver la visión de Harry la invadió mientras esperaba en la calle lateral de la cafetería Magnolia a que llegara el autobús noctambulo. En todo el camino a Hogwarts no pudo evitar pensar en qué le diría al director, ¿ojo por ojo?, él le había prohibido revelar tanto a Harry que era tan culpable como ellos mismos de la muerte de Sirius. Se sentía débil y enferma, muy débil y enferma, se metió a la boca una rana de chocolate y la mastico con dificultad.

Cuando el adolescente con la cara llena de granos le indico que habían llegado Alis asintió y casi se desmaya, pero quizá era la falta de alimentos, quizá era el miedo ¿Qué esperaba? Seguro lo que no esperaba era salir del castillo con una autorización firmada por Dumbledore para que Draco lo matara, pero tenía que intentarlo.

Hogwarts estaba tan vacío que era difícil caminar sin hacer ruido, sus pasos resonaban en las paredes y el ruido de sus pasos se reproducía como si la falta de estudiantes le proporcionará un sonoro eco al castillo.

Para sorpresa de Alis no era la única que había decidido buscar al director, detrás de la puerta de su despacho se oían voces.

-Fui... un tonto. Me vi profundamente tentado...

-¿Tentado a qué? – era la voz del profesor Snape.

Dumbledore no respondió.

-¡Es un milagro que haya podido regresar! – Snape sonaba furioso – Ese anillo portaba una maldición de un poder extraordinario, contenerla es lo más que podemos hacer; he atrapado la maldición en su mano, por ahora...

-Has hecho bien, Severus. ¿Cuánto tiempo crees que me queda?

Alis abrió la puerta sin tocar, vio que Dumbledore se examinaba la mano ennegrecida como si se tratara de una interesante antigüedad.

-Has hecho bien, pasa Alisa no te detengas, por favor toma asiento, continua Severus.

El tono de Dumbledore era el de una conversación normal, podría haber estado preguntando por un informe del clima. Snape dudó un momento, antes de hablar.

-No sabría decirlo. Tal vez un año. No hay forma de contrarrestar un hechizo así para siempre.

Eventualmente, se esparcirá. Es el tipo de maldición que crece con el tiempo.

Dumbledore sonrió. La noticia de que le quedaba menos de un año de vida no parecía importarle mucho.

-Soy muy afortunado, extremadamente afortunado de tenerte, Severus.

-¡Si sólo me hubiese llamado un poco antes, hubiese podido hacer algo más, darle algo más de tiempo! – dijo Snape, furioso. Miró el anillo roto, y la espada que se encontraban sobre el escritorio del director - ¿Creía que con romper el anillo se rompería la maldición?

-Algo así... estaba delirando, sin duda alguna.... – dijo Dumbledore. Con un gran esfuerzo se enderezó en la silla – Bueno, en realidad, eso importará más adelante.

Snape se quedó completamente perplejo. Dumbledore sonrió.

-Me refiero al plan que Lord Voldemort tiene sobre mí. Su plan para conseguir que el pobre chico Malfoy me asesine.

Snape se sentó junto a Alis y la miro unos segundos antes de mirar de nuevo a Dumbledore.

-¿De eso venias a hablarme no Alisa? – le pregunto Dumbledore con calma –. Esperabas que te ayudara a encontrar una solución.

Alisa BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora