Mañana Navideña

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  Para Alis se convirtió en un verdadero reto terminar el sinfín de deberes que les habían dejado para Navidad los profesores en la primera semana del trimestre por lo que ni ella ni Cedric salían mucho de la biblioteca. Cedric había logrado convencerla de que le revelara el nombre del chico con quien iría y él mismo aún no le decía que su pareja era Cho lo que le molestaba un poco.

-Tu madre estará enfadada conmigo cuando se entere de que te mande a paseo.

-Ha sido mi culpa – le dijo él con una sonrisa traviesa –. ¿Qué harás para año nuevo?

-Pues me quedare a ver el espectáculo que monten los gemelos en la sala común.

-¿Te gustaría pasarlo conmigo?

-Háblame de ello – se inclinó sobre la mesa colocando el mentón sobre sus manos.

-Mis padres me han sugerido que pasemos el Año Viejo con ellos y bueno a mí me encantaría que vinieras con nosotros.

-Me encantaría.

-Le diré a mi padre para que lo hable con tu tío.

-Claro – de pronto a Alis se le borró la sonrisadel rostro, llevaba meses sin tener noticias de Remus.    


La torre de Gryffindor seguía casi tan llena como durante el trimestre, y parecía más pequeña, porque sus ocupantes armaban mucho más jaleo aquellos días. Fred y George habían cosechado un gran éxito con sus galletas de canarios, y durante los dos primeros días de vacaciones la gente iba dejando plumas por todas partes. No tuvo que pasar mucho tiempo, sin embargo, para que los de Gryffindor aprendieran a tratar con muchísima cautela con cualquier cosa de comer que les ofrecieran los demás, por si había una galleta de canarios oculta.

En aquel momento nevaba copiosamente en el castillo y sus alrededores. El carruaje de Beauxbatons, de color azul claro, parecía una calabaza enorme, helada y cubierta de escarcha, junto a la cabaña de Hagrid, que a su lado era como una casita de chocolate con azúcar glasé por encima, en tanto que el barco de Durmstrang tenía las portillas heladas y los mástiles cubiertos de escarcha. Abajo, en las cocinas, los elfos domésticos se superaban a sí mismos con guisos calientes y sabrosos, y postres muy ricos. La única que encontraba algo de lo cual quejarse era Fleur Delacour.

-Toda esta comida de «Hogwag» es demasiado pesada – la oyeron decir una noche en que salían tras ella del Gran Comedor (Ron se ocultaba detrás de Harry, para que Fleur no lo viera) –. ¡No voy a «podeg lusig» la túnica!

-¡Ah, qué tragedia! – se burló Hermione cuando Fleur salía al vestíbulo –. Vaya ínfulas, ¿eh?

-Es una pesadilla – concordó Alis.

-¿Con quién vas a ir al baile, Hermione?

Ron le hacía aquella pregunta en los momentos más inesperados para ver si, al pillarla por sorpresa, conseguía que le contestara. Sin embargo, Hermione no hacía más que mirarlo con el entrecejo fruncido y responder:

-No te lo digo. Te reirías de mí.

-¿Bromeas, Weasley? – dijo Malfoy tras ellos –. ¡No me dirás que ha conseguido pareja para el baile! ¿La sangre sucia de los dientes largos?

Harry y Ron se dieron la vuelta bruscamente, pero Hermione saludó a alguien detrás de Malfoy:

-¡Hola, profesor Moody!

Malfoy palideció y retrocedió de un salto, buscándolo con la mirada, pero Moody estaba todavía sentado a la mesa de los profesores, terminándose el guiso.

Alisa BlackDonde viven las historias. Descúbrelo ahora