Capítulo Sesenta

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Antonio.-

Estaba seguro que le había dicho que la amaba, no sabía lo que ella pensaba acerca de eso, mucho menos sabía a ciencia cierta lo que yo pensaba sobre eso.

Solo... esperaba que Danna pensara que lo hice como un reflejo o algo así, aún no estaba listo para responderle algo inteligente si es que cuestionaba mis palabras.

Una vez que estuvimos listos para dormir yo sabía que ella seguía intranquila, revisaba su celular prácticamente cada minuto, y con ese puchero en su cara, sus piernas contra su pecho y la mirada perdida ofrecí lo menos que podía hacer por ella.

—Ponte un suéter y te acompañaré para que llames a tu mamá —Danna me miró y negó con seguridad.

—Descansa —pidió—, iré con Andrea que quería ir hace un rato por más golosinas, así que no será un problema —informó avanzando entre nuestras bolsas de dormir cubriéndose con un suéter suyo.

—Bien, pero ve con cuidado —pedí dejándola ir suponiendo que el camino no sería mayor problema ya que muchos aún estaban fuera yendo y viniendo de la tienda donde nos registramos.

La observé salir de nuestra tienda y escuché como algunas personas gritaron su nombre a manera de saludo fuera de la tienda, estiré mi mano para alcanzar el libro que Danna había traído con ella para leerlo mientras esperaba su regreso, y lo estaba haciendo bien, hasta me estaba gustando la historia, sólo que después de diez minutos de lectura y espera, una rubia metió la mitad de su cuerpo a mi tienda casi matándome de un susto.

—Tamara —hilvané sintiendo mi corazón latir con fuerza por el entrometimiento tan inesperado—, qué demonios haces aquí —pregunté.

—Lo lamento, pero... no sé a quién más recurrir, es Sofía —respondió con desesperación.

—¿Qué sucedió?, ¿está bien?

—Tiene una especie de reacción alérgica, está lo mejor que puede, o no lo sé, no soy un maldito médico, podrías venir a acompañarla mientras Ramón y yo vamos a la farmacia más cercana a buscar algo para que se mejore —pidió mientras dejaba el libro de Danna sobre mi bolsa de dormir y me ponía los zapatos.

—Claro, ve, yo la cuido —cedí saliendo con ella de mi tienda.

—Eres un ángel, gracias —dijo antes de marcharse, busqué la tienda de Sofía y sin demorar mucho en encontrarla entré con cuidado para revisar cómo estaba.

Estaba hecha un ovillo sobre su bolsa de dormir con la palma de su mano sobre su mejilla y los ojos cerrados con fuerza.

—Sofí —murmuré tocando su mano, notando que estaba ardiendo y no literalmente, ella estaba realmente ardiendo en fiebre— preciosa, no puede ser —murmuré apartando de su cara algunos mechones de cabello.

—¿Antonio? —preguntó moviéndose con lentitud.

—Sí, tranquila, tengo que ir por algo para calmar la fiebre, no tardo —prometí.

—No te vayas, no me dejes —pidió tomando mi mano entre las suyas—, por favor no me dejes

—Serán sólo unos minutos mi amor, ¿si?, de verdad no tardo —repetí antes de marcharme en dirección al lugar donde nos registramos esperando que tuvieran alguna pequeña pastilla que pudiera ayudar a que la fiebre y mi creciente preocupación disminuyeran.

Danna.-

Caminé sola hasta el lugar donde nos registramos en primera porque Andrea ya había conseguido sus golosinas y no la quería molestar, en segunda porque necesitaba un poco de tiempo a solas para pensar en las palabras de Antonio.

Mentiras de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora