Capítulo Setenta y Cinco

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Antonio.-

—¿Tendré que golpear tu cara para ver si algún día recuperas tu expresión normal? —pregunté hacia Carlos mientras tomaba asiento al lado de Edgar.

—¿Qué tiene de raro mi expresión justo ahora? —cuestionó mi amigo.

—Como que tienes tatuado en la frente la frase, Karen sal conmigo y seré feliz todo un año —se adelantó Edgar a responder, yo asentí de acuerdo con él y Carlos frunció un poco el ceño.

—No tengo esa expresión —quiso defenderse.

—La tienes —interrumpí.

—Pues... por lo menos no tengo de, de, pues de... amargado social —contestó mirándome.

—Eso es porque la mujer a la que amo ni si quiera desea escucharme, creo que es comprensible

—¿En serio la amas? —preguntó Edgar.

—Sí —respondí—, pensé que eso había quedado claro durante las últimas veinticuatro horas

—Un poco, pero es raro escucharlo de ti luego de ver cómo es que Danna estuvo aquí todo este tiempo —dijo casi hablando para sí.

—¿A qué te refieres con eso? —pregunté atrayendo su atención.

—Pues a que es raro escucharte decir que amas a Danna cuando hasta hace unos días ella estaba... destrozada por algo en lo que tú tuviste que ver —explicó su amigo.

—Fue un imbécil —lo apoyó Carlos.

—Lo supongo, por eso es que Karen y yo no quisimos decirles que sí, en realidad sí conocíamos a Danna

—Ella... ¿ella estuvo muy mal? —cuestioné a Edgar, Carlos también lo miró esperando una respuesta y él se encogió ligeramente de hombros.

—Supongo que mejoró con el tiempo, no mucho, pero lo hizo

—¿O sea? —preguntó Carlos.

—Pues, fue la única que llegó como dos días después de lo estipulado, yo apostaba a que ella iba a tratar de socializar inmediatamente con los demás por lo mismo de que se perdió la plática de información, pero no, a penas y salía de su habitación, en realidad no hablaba con nadie a menos que fuera inevitable, en realidad prácticamente cuando yo me presenté con ella tuve que orillarla a hablar, creo que Karen ayudó un poco en su mejoría, como que ambas se entienden al ser de pocas palabras

—¿Cómo que de pocas palabras? —curioseó Carlos.

—Te costará trabajo —le aseguró Edgar.

—Pero... qué hay de Dan —interrumpí.

—Como te decía, ella mejoró un poco cuando prácticamente comenzamos a obligarla a salir un poco más, luego se encontró con Saúl y bueno, ese muchacho es insistente, también la ayudó a no deprimirse tanto

—¿Saúl? —pregunté; Carlos dirigió una mirada a Edgar para que se callara y este último sólo pudo asentir distraídamente.

—¿Yo qué? —preguntó una tercera voz llegando hasta donde nosotros estábamos sentados, no tuve que levantar la vista para comprobar que era Saúl quien se había unido a nuestra plática— Oh Dios, humn, Carlos, creí que sólo habías venido tú a ver a Danna, ella no va a estar contenta de verlos a ambos aquí —opinó.

—¿Y de verte a ti si? —le pregunté, poniéndome de pie, Saúl suspiró y una pequeña sonrisa apareció en su cara.

—No soy yo del que no quiere ni hablar —inquirió en respuesta.

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