Capítulo Ciento Uno

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Danna.-

Las siguientes horas fueron probablemente las más angustiantes de mi vida, no sabía qué era más importante, si poner atención en las clases o verificar que Antonio no decidiera llevar su pequeño pleito al salón de clases, y para nuestro última hora supuse que ya podía respirar más o menos tranquila, hasta que los chicos se pusieron de pie y prometieron regresar pronto, sin más explicación.

—¿Cómo cuantas fuentes de chocolate creen que necesitemos para la graduación? —cuestionó Mar.

—Cinco —aseveró Karly—, cuatro en las esquinas y una en el centro y como tonelada y media de fresas

—Pero no bombones de colores, se hacen tiesos

—¿Qué te pasa? —se quejó Mar—, sería canibalismo —sonreí con ella y negué ligeramente antes de concentrarme en el mensaje que César había enviado a mi celular, planeaba visitar la ciudad el sábado y yo no sabía cómo era que ordenaría ese día mis actividades, no cuando a las seis de la tarde Karen estaría esperándome en el aeropuerto y supongo que tendría que ayudarle a Manuel con la organización de todo, claro que si César llegaba temprano él sería de mucha ayuda.

—¿Ya compraron el regalo de Carlos? —pregunté.

—No, no sé qué regalarle a alguien que sólo pide le traigan a su novia de Texas y como ese asunto ya está resuelto, me dejan sin ideas —respondió Mar.

—Yo sí —ambas miramos a Karly que sonreí con seguridad y se encogió de hombros—, un álbum de fotos para que lo llene con fotografías de él y Karen —explicó.

—Buscaré algún video juego —decidí asintiendo.

—Ya sé —exclamó Marlen—, le compraré uno de estos kits para escribir cartas y así le podrá escribir cartas de amor a Karen —compartió.

—Eso es lo más cursi que he escuchado en mi vida —intervino Sofía desde su asiento.

—Disfrútalo mientras puedas —contestó Mar con una "amable" sonrisa hacia ella.

—Ya están discutiendo, que ustedes jamás descansan —preguntó Carlos entrando al salón mientras destapaba un jugo de naranja.

—Déjalas en paz o te golpearán —aconsejó Daniel. Miré en su dirección sin evitar que mi vista se topara con Antonio que caminaba hacia mí con una pequeña sonrisa en la cara y una rosa roja que extendió hacía mí.

—Iré a mi lugar, no quiero mirar, no quiero mirar, que incómodo es esto, no quiero mirar —murmuró Manuel pasando a mi lado mientras metía su mano en uno de esos tubos de papitas Pringles.

—Señorita —inquirió Antonio colocando sus manos sobre mis mejillas con cuidado y depositando un beso sobre mi frente—, ¿ha sido un día largo, no crees?

—Y aún no termina —respondí.

—Eso es lo mejor, en parte, tengo que dejarte o no soportaré y todo se irá por un tubo —habló antes de besarme castamente sobre los labios.

—¿Todo se irá por un tubo? —cuestioné.

—Este es el momento en el que huyo —avisó antes de retirarse a su lugar con una simpática sonrisa.

—No es posible —escuché exclamar a Sofía, tal vez ella pudiera comenzar a sacar espuma por la boca en los próximos minutos a juzgar por su expresión—, ¿tú y él...? —la miré enarcando una ceja y esperando que siguiera—, no es posible —aseveró cruzándose de brazos.

Mentiras de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora