Capítulo Setenta y Uno

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Danna.-

—Iván preguntó por ti —avisé a Karen mientras me sentaba al lado de Edgar en una de las mesas de la cafetería más cercana a nuestra casa, Karen frunció el ceño y en medio de una irónica sonrisa negó con la cabeza—; tal vez deberías dejar de evitarlo un poco y hablar con él, cada vez que me ve pregunta por ti

—Lo evito porque me asusta, sólo salimos una vez en grupo y el hombre ya creía que yo estaba como para una relación seria —respondió Karen cerrando el libro que tenía frente a ella—, y ni si quiera fue una salida, tu Saúl llegó con sus amigotes a invadir nuestra mesa en el restaurante de las enchiladas deliciosas —se quejó metiendo en lo que había estado para yo supongo hacer su tarea a su mochila—; yo no quiero relaciones serias, espera... no quiero relaciones, fin

—Ella sólo quiere conocer y saludar —agregó Edgar destapando una gelatina de limón, le guiñó un ojo a Karen y ella asintió de acuerdo.

—En primera, no es mi Saúl —aclaré— y en segunda, yo sólo quiero que Iván deje de preguntarme por ti cada que me ve —declaré dando un sorbo a mi refresco, oh y que Miguel también dejara de intentar hacerme hablar sobre Marlen.

—Yo sólo quiero que salgas con su amigo, te hace bien —opinó ella—, ignora a Iván, por muy bonitos que sean sus ojos verdes, no es mi tipo

—Lástima que yo no soy el tipo de él —aseveró Edgar haciéndole una chistosa mueca a la gelatina que comía.

—Entonces... —comenzó Karen dejando de lado todas sus cosas de la escuela y acercando a ella una charola con su comida—, ¿estás saliendo oficialmente con Saúl? —preguntó mirándome a los ojos. Suspiré y negué con firmeza.

—Es sólo su amigo —le explicó Edgar, Karen enarcó una ceja y me miró a la espera de una mejor respuesta.

—Él lo tiene claro, sabe lo que pasó con Antonio, sabe lo ilusa que fui y sabe que sinceramente no me siento bien como para relacionarme con alguien de una manera, uhm, romántica —respondí.

—Porque su corazón aún pertenece a Antonio —añadió en voz baja Edgar, ganándose una mala mirada de parte mía.

—Ya es bastante duro saberlo Edgar, no es necesario que lo digas en voz alta —pedí—, eso sólo lo hace mucho peor

—Pero es la verdad —aquejó Karen en medio de un muy pequeño suspiro.

—Desafortunadamente —asentí.

—Oh, basta, quiten esas tristes caras —pidió Edgar—, ahí vienen los reyes de Roma, y sí, vienen hacia acá —anunció haciendo que Karen frunciera de nuevo el ceño— no quiero que las vean tristes, bueno tú intenta parecer menos tiste de lo que normalmente luces —agregó mirándome a mí.

—Comienzo a pensar que Iván vive para encontrarte —murmuré notando que lo que mi amigo acababa de informar era cierto, Saúl, Iván y Miguel se estaban acercando decididamente a nuestra mesa.

—¿Es muy tarde para irme? —preguntó Karen.

—Ajá, es mejor que te quedes y finjas que tienes trece exámenes por lo que no tendrás tiempo de si quiera pensar en algo más durante los siguientes días —aconsejó Edgar apresuradamente.

—Pero sólo llevo diez materias —se quejó Karen.

—Pues... entonces que sean diez exámenes —contestó Edgar bajando la voz—; ¡hola!, que gusto verlos... otra vez —exclamó con su habitual tono alegre de voz saludando a los tres hombres que venían llegando hasta nuestro lado.

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