Capítulo Setenta y Siete

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Danna.-

Estaba agradecida infinitamente con Karen cuando me informó que ella tomaría apuntes en la única clase que tendríamos ese día y dado que era Cálculo agradecí porque la niña fuese un genio en el área.

También comenzaba a impacientarme cada vez más con cada minuto que avanzaba en el reloj, y yo seguía en esa habitación que para mí comenzaba a parecer más una jaula que otra cosa. Según el doctor tendría que estar ahí sólo unas pocas horas más mientras me suministraban algunas vitaminas que eran necesarias para no provocar mi regreso casi inmediato al hospital, así que de mala gana, cedí.

La verdad es que el doctor mintió, esas vitaminas lo único que lograron fue causarme náuseas la mitad del día y la otra mitad hacerme vomitar toda esa horrible comida de hospital que había ingerido. Afortunadamente para cuando la mitad del día que me la pasé vomitando llegó, Antonio se había ido a dormir un par de horas a su hotel y a ducharse, y no vio mi horrible escena de tipo "El Exorcista". Esa fue la razón por la que no pude salir del hospital el lunes.

El Martes me la pasé drogada para evitar las náuseas y el vómito lo que me hizo dormitar casi todo el día; para el miércoles sentía dolor en casi todo el cuerpo, principalmente en la garganta y aunque estaba muy preocupada por todas mis clases perdidas también tenía mucho sueño a causa del medicamento que sospechaba acabaría con mi hígado, y sólo logré despertar un poco cuando Karen llegó de clases hecha una furia. Claro que el hecho de que ella estuviera visiblemente enojada, a los ojos de Carlos y de Iván que habían estado haciéndome compañía junto con Antonio, Saúl y mi mamá, no le restaba belleza alguna, lo supe por la manera en que ambos la miraron.

—Buenas tardes señora —saludó educadamente a mi mamá.

—Buenas tardes Karen —respondió mi mamá con un pequeño asentimiento.

—Hola a los demás —agregó mi amiga esbozando una muy pequeña sonrisa que se extinguió inmediatamente siendo reemplazada por su ceño fruncido—, ¡no vas a creer lo que paso! —exclamó pasando una mano por su cabello.

—Tampoco lo sabré si no me lo dices, qué sucedió —pregunté.

—Lo peor que pudo haber pasado Danna, te juro que, te juro que hice todo lo posible por impedirlo pero ese anciano es tan estúpido y corrupto que me lo impidió —espetó enojada.

—No me has dicho que sucedió —interrumpí preocupada.

—Ok —tomó aire y me miró—, le di nuestra tarea de Cálculo al maestro, ¿no? —asentí— a pesar de que adelantó la fecha la pidió ayer, yo la entregué completa, la tuya y la mía —asentí de nuevo— y hoy, dijo que no eran válidas porque aunque eran de las pocas que estaban correctas eran idénticas y yo estaba como, no son idénticas, por Dios, Carlos me ayudó a hacer la tuya, obviamente no le dije eso, sólo le dije que no podían ser idénticas, tú habías hecho la tuya y me pediste a mí entregarla porque estabas en el hospital y obviamente no ibas a salir de aquí con tu suero a rastras para ir y entregar su exagerada e inútil tarea, pero no me escuchó, dijo que no intentáramos hacerlo tonto, que aunque fuera tu tarea habías excedido el límite de faltas y que no tendrías derecho a presentar su examen

—Que ridículo —exclamó Carlos—, ¿a cuántas faltas tienen derecho a dos?

—Sí —asentí.

—Pero, no se supone que tienes un justificante médico —preguntó Antonio.

—Lo entregué y hoy fui a revisar ese asunto con todos los maestros —explicó Karen—, pero pocos lo aceptaron, sólo la maestra de Historia Universal —genial, tal vez ella sólo lo había hecho porque conocía a mi tío y se gustaban— y el de Ciencias Políticas —y ese maestro era hippie, claro que iban a ser los únicos que aceptarían mi justificante.

Mentiras de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora