Capítulo Ciento Tres

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Ya que estaba en mi habitación hice más que cambiarme de ropa y cerrando con llave la puerta aproveché para darme una rápida ducha y cambiarme de ropa, estaba intentando que mi cabello secara rápidamente sin necesidad de usar la secadora —lo cual no estaba funcionando— cuando mi celular anunció un nuevo mensaje, sentándome un momento y poniéndome los zapatos leí el mensaje de Antonio que me pedía le abriera la puerta de mi habitación porque estar en el pasillo comenzaba a asustarlo. Poniéndome de pie me apresuré para abrir la puerta a mi novio y dejarlo entrar.

—Gracias, comenzaba a preocuparme por mi salud mental, no es lindo estar allá afuera sin tu novia cerca —señaló ofreciéndome uno de los platos desechables que llevaba en sus manos— el del pollito es para ti, yo comeré el pedazo que tiene a Deudor —decidió refiriéndose a los diferentes de trozos de pastel en los platos.

—Si vas a traer comida cada que te aparezcas por mi habitación, será todo un placer recibirte —dije sentándome sobre mi cama y llevándome a la boca un pequeño trozo de pastel, y ahora que lo había probado podía decir que sabía tan bien como lucía.

—¿Sólo será un placer cuando traiga comida? —preguntó Antonio fingiendo indignación, dejó su pastel sobre mi mesa de noche e imité su acción cuando se acercó a mí con un gesto tan provocativo que me hizo sentir la boca seca de un momento a otro.

—Sólo si es tan rica como el café de esta mañana o el pastel —murmuré en respuesta mirando fugazmente sus labios tan cerca de mi boca y mordiendo mi labio inferior cuando me obligué a mirar los hermosos ojos miel que el hombre frente a mí poseía.

—Señorita, puedo demostrarle con mucho gusto que no sólo trayendo comida sería un placer recibirme en esta habitación —apostó colocando su mano sobre mi pierna y subiendo por ella, corriendo en su camino la tela de mi vestido y haciéndome dejar de respirar inconscientemente antes de que sus labios se encontraran con los míos, enredé mis brazos alrededor de su cuello dejando que me levantara de la cama unos segundos y enredé mis piernas alrededor de su cintura mientras nos besábamos como si de eso dependieran nuestras vidas, mordí su labio inferior haciéndolo jadear un poco y sonreí por mi logro, sus manos dejaron mi cintura y se deslizaron por mi espalda baja hasta acunar mi trasero; con delicadeza me colocó sobre el colchón de la cama, con su cuerpo cubriendo el mío y sosteniendo su peso en un brazo mientras que con su mano libre regresó a su tarea de subir la tela de mi vestido por mis piernas, sus labios dejaron mi boca y trazó un húmedo y cálido camino de besos hasta llegar al lóbulo de mi oreja haciéndome removerme contra él y separar mis piernas para que Antonio descansara entre ellas haciendo que la prueba de que él también disfrutaba de esto presionara en mi centro.

—Antonio —gemí en voz alta y su boca sobre la mía ahogó algún otro sonido.

—Me encanta cuando dices mi nombre así —inquirió sobre mis labios atrapando el inferior entre sus dientes—, oh Dan, te juro que quiero seguir con esto

—Y ahí demasiada gente allá afuera —apunté despeinando su cabello con mis dedos.

—Y todos te quieren felicitar —murmuró acomodándose a mi lado y tirando de mí contra su costado—; César quiere hablar contigo —informó besando la parte alta de mi frente, lo miré sorprendida y él se encogió ligeramente de hombros— hablo conmigo

—¿Hablaron?

—Aunque no lo creas, mi amor

—Bien, deberíamos bajar —opiné sentándome a su lado e inclinándome un poco para depositar un fugaz beso sobre sus labios.

—No quiero —refunfuñó incorporándose y acariciando mi mejilla con el dorso de su mano.

—Entre más rápido bajemos más rápido nos podremos despedir

Mentiras de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora