Capítulo Setenta y Cuatro

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Danna.-

Todo pareció un sueño, un sueño borroso pero al mismo tiempo muy real; sentía tanto frío que probablemente sí, sólo se había quedado en un sueño ya que tanto frío no podía ser posible, y después había escuchado la voz de Antonio decir mi nombre, decirme "Dan" con tanta preocupación, con anhelo, sentí sus manos deslizarse por mi espalda y por debajo de mis rodillas levantándome de mi cama, y cuando mi cabeza descansó contra su pecho, su fragancia me embriagó con fuerza, me susurró algo que podría parecer un "te amo" y fue entonces cuando el marcador para "Solo fue un sueño" subió en puntaje, pero de igual forma me aferré al calor que me estaba brindando ese sueño y se sentía tan bien que cuando me lo quitaron quise quejarme pero no encontré las fuerzas suficientes para hacerlo. Eso confirmó que había sido un sueño, un sueño que cuando comencé a sentir que debía despertar, mis pulmones ardían como nunca. Mi garganta seguía doliendo y cuando la pesadez de mis ojos desapareció y los pude abrir, no vi el techo de color azul rey de mi habitación al que estaba acostumbrada, sólo vi una lámpara apagada en un pulcro fondo blanco justo encima de donde yo estaba acostada.

—Despertaste —inquirió en voz baja una enfermera que anotaba algo al lado de mí cama, me sorprendió que hablara español pero sobre todo el hecho de que había despertado en una habitación de hospital.

—¿Qué pasó? —logré preguntar sin poder evitar el dolor que eso provocó en mi garganta.

—Tranquila —me pidió con calma—, ingresaste anoche —informó aun hablando en voz baja—; tu novio y tus amigos te trajeron porque estabas ardiendo en fiebre, otro poco y sólo Dios sabe lo que hubiera pasado, te diagnosticamos con neumonía, pero... ya todo está mejor

—¿Mi novio? —la enfermera asintió con la cabeza en medio de una pequeña sonrisa y movió la cabeza en dirección al otro extremo de la habitación, un sillón de cuero negro descansaba contra la blanca pared y en él, Antonio se encontraba sentado y con los ojos cerrados, estaba dormido, se notaba por la manera en la que su pecho subía y bajaba con tranquilidad a causa de su respiración acompasada.

—A penas y avisamos que podía entrar uno y él ya no se movió de aquí en toda la noche... de hecho, creo que acaba de quedarse dormido, todavía estaba despierto cuando entré hace como cinco minutos —respondió—, tus otros amigos aún están afuera, en cuanto le avise al doctor que despertaste y él venga a revisar que todo esté en orden podrán entrar todos —avisó.

—Gracias —murmuré hacia la enfermera—, ¿cree que pueda irme hoy? —cuestioné dudando yo misma de querer salir del hospital, sobre todo si ellos tenían algunos medicamentos para calmar el horrible dolor que sentía en mi garganta.

—No creo, necesitas estar en observación un par de días más, además... necesitas recuperarte, tuvimos que hacerte nebulizaciones —respondió confirmando mi respuesta.

—Gracias —repetí.

—Volveré con tu médico en un segundo —avisó caminando hacia la puerta, sólo pude asentir en respuesta y mirar de nuevo a Antonio, pidiendo a Dios que se hubiera quedado profundamente dormido, en vez de eso, y en serio creo que fue como una especie de castigo divino por algún pecado cometido en mi vida pasada... o uno que ni si quiera recordaba haber cometido, él despertó en cuanto la puerta de la habitación se cerró con un ruido que no fue muy alto. Por Dios, el hombre debía tener un oído muy sensible o súper poderes porque yo jamás habría despertado con ese ruidito.

—Dan —inquirió poniéndose de pie y acercándose a mi cama, me moví inquieta sobre la camilla y negué con la cabeza levantando la palma de la mano para detenerlo, una mirada que pudo haber reflejado dolor cruzó por sus ojos, yo la hubiera creído, si es que los eventos de los últimos dos meses hubieran sido borrados completamente de la historia, penosamente, no era así—, estás consciente —murmuró manteniendo su distancia, asintiendo evité su mirada y junté mis manos sobre mi regazo, verlo no era una opción para mí. Era doloroso, pero extrañamente, su cercanía hacia que mi pecho no doliera tanto, por el contrario, era como si se inundara de calor, de un reconfortante calor, corazón menso, él nos había mentido, no éramos para él—, ¿estás mejor? —cuestionó en voz baja, ¿sonaba preocupado?

Mentiras de AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora