Capítulo Setenta

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Danna.-

Cuando Saúl había dicho que haría eso de llamar a la casa donde todos lo del semestre foráneo nos quedábamos y preguntaría por mí, pensé que lo haría, que llamaría, no que el muchacho apareciera esa misma noche en la puerta de la casa, perturbando la tranquilidad de la maestra Margarita que con una severa mirada me advirtió que mi amigo tendría que irse en menos de diez minutos ya que el toque de queda sería pronto —a ella como que le encantaba decir "el toque de queda será pronto"—, pero sí, la verdad pensé que Saúl pudo haber estado un poco borracho al decidir presentarse apenas unos minutos antes de las 12:30 de la noche.

Cubriéndome de las aún heladas noches de Texas cerré mi chamarra y miré a Saúl frotar sus manos entre sí para obtener un poco de calor.

—¿Qué haces aquí tan tarde... y con tanto frío? —pregunté saliendo al porche de la casa cruzándome de brazos. Saúl sonrió y se encogió de hombros mientras metía sus manos en los bolsillos de sus jeans.

—Vine a desearte buenas noches —respondió, enarqué una ceja y él negó—; ¿a organizar una comida contigo para mañana?

—Pudiste haber llamado —opiné.

—No, llamar no es una buena opción, no cuando tengo que competir contra tu celoso novio aunque se encuentre en otra ciudad; era mi deber venir hasta acá y pedir que aceptes mi invitación como es debido —declaró Saúl haciéndome desviar un poco la mirada ante la mención del celoso novio.

—Llamar es lo que las personas normales hubieran hecho Saúl, sobre todo si afuera parece estar a menos cinco grados

—Valió la pena venir hasta acá —aseveró—, y valdrá más la pena si dices que sí, ¿qué dices?

—Mañana comemos juntos —cedí apretando más mis brazos a mi alrededor—, ahora vete o terminarás sufriendo hipotermia o algo por mi culpa

—Bien, te veré mañana a las ¿dos? —asentí de acuerdo—, en el lugar donde nos encontramos hoy, ¿te parece bien?

—A las dos, donde nos encontramos hoy —afirmé, él amplió su sonrisa y besó rápidamente mi mejilla antes de comenzar a bajar los escalones de la entrada.

—Descansa Dan, nos vemos mañana —inquirió antes de alejarse por completo en la pequeña calle que era flanqueada por algunas otras residencias que también eran ocupadas por alumnos de la universidad, con la pequeña diferencia de que ellos ya estaban cursando su carrera, no el último semestre de preparatoria como nosotros. Entrando a mi habitación me metí entre las calientes cobijas y casi de inmediato —lo que agradecí infinitamente— me quedé dormida; al siguiente día, mi rutina no cambió demasiado, me levanté temprano para asistir a mi única clase de los viernes a la cual mi maestra no llegó y regresé a dormir un poco más antes de que Karen y Edgar hicieran acto de presencia, Edgar enloqueció un poco con la noticia de que no podría comer con ellos ya que Saúl me había invitado anoche y luego otro poco porque Karen también lo abandonada para irse a reunir con un chico que había conocido en su clase de Matemáticas aplicadas que cursaba el primer semestre de informática.

—¿No crees que es un poco mayor para ti? —preguntó Edgar a Karen mientras ella terminaba de observar cómo había quedado su cabello en el espejo de su habitación.

—No me estoy casando con él —respondió Karen en un casual tono cantarín—, sólo es una pequeña interacción con la sociedad y mientras las cosas funcionen de manera casual yo estoy dispuesta a ignorar el hecho de que me lleva tres años —agregó.

—Me voy —avisé mirando mi reloj de mano.

—Suerte —deseó Karen—, y si las cosas se ponen incómodas con el tal Saúl, estaré en el restaurante que nos gusta de alitas, ¿de acuerdo?, puedes ir ahí en cuanto quieras alejarte del hombre —ofreció.

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